Cuestión de máquinas

Por Marcelo Contreras

La historia de la música popular de los últimos cien años es una especie de conteo en reversa del arsenal instrumental y el personal necesario para su creación y producción. Cuando The Beatles fue fichado por EMI, en 1962, los principales cuidados y privilegios del sello en sus estudios —rebautizados como Abbey Road en 1976— estaban destinados a la música clásica y las grandes orquestas. Eran decenas de intérpretes con un trato preferencial respecto de sus colegas dedicados al pop, a quienes menospreciaban sin disimulo alguno, como una baja ralea aceptada a regañadientes.

La misma actitud embargaba a una parte del personal técnico. Los operarios a cargo de registrar las sesiones orquestales comían separados por decisión propia de aquellos dedicados al material popular, según cuenta el histórico ingeniero Geoff Emerick en sus memorias Here There and Everywhere: My life recording the music of the Beatles (2006).

La música clásica aún gozaba de una amplia demanda, pero precisamente la llegada del grupo de Liverpool alteró el panorama del consumo musical. En pocos años, el éxito sin precedentes de la beatlemanía a escala planetaria había cambiado la balanza a favor del pop, al punto que las orquestas trabajaban para el cuarteto siguiendo sus ocurrencias contra las rígidas normas del género. La nota en ascenso que provoca el quiebre en A Day in the Life, la obra maestra que concluye Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), parecía una orden incongruente cuando el productor George Martin la impartió a los músicos. A esas alturas, EMI destinaba sus mejores recursos y equipos a esta alineación que con apenas guitarra, bajo y batería había reducido drásticamente las necesidades instrumentales de la música popular.

En las décadas siguientes, las solitarias estrellas del rap, los diyeis aliados con cantantes pop como Calvin Harris con Rihanna, y las estrellas urbanas lideradas por Bad Bunny, establecieron que el catálogo instrumental tradicional para producir música ya no era indispensable. Solo es cuestión de máquinas.