Esa música criminal 

Por Marcelo Contreras

Dos personas murieron atropelladas en Espacio Broadway y se reportaron disparos que Carabineros nunca comprobó, en uno de los primeros shows de Bad Bunny en Chile en 2017. A partir de entonces, la música urbana se convirtió en sinónimo de crimen y violencia. Los encontrones con la ley de la estrella local Pablo Chill-E y las entrevistas a Marcianeke drogado hasta las cejas, junto a sus canciones alegóricas a sustancias como el tusi, contribuyeron a una negativa imagen pública de esta cultura que las generaciones adultas suelen apuntar con desagrado y reproche, como si nunca antes la música favorita de los jóvenes hubiera sido acusada de las peores conductas, o anidar en sus letras los más bajos instintos.

Tangos y milongas, que encantaron a varias generaciones desde el arranque del siglo XX como símbolo de estilo y virilidad, contenían versos habitualmente machistas justificando la violencia de género. En Amablemente, de Edmundo Rivero, un histórico del tango argentino, la infidelidad se paga con sangre.  “Con toda educación, amablemente”, describe la canción, “le fajó treinta y cuatro puñaladas”.

En los albores del rock & roll en EE.UU. hubo serios intentos por parte de autoridades y educadores de prohibir la nueva música asociada a la delincuencia, la degradación sexual y la mezcla racial. En pleno apogeo, Elvis Presley fue vapuleado mediáticamente por golpear a dos personas en una bencinera. El episodio, unido a su imagen erotizada, lo convirtieron en sinónimo de salvajismo.

En septiembre de 1971, el festival mexicano de Avándaro, inspirado en Woodstock, fue catalogado como “asquerosa orgía hippie”, seguido de una campaña de desprestigio contra el rock. El gobierno tildó de “traidores a la patria” a los productores, bandas y asistentes, y la presidencia de Luis Echeverría Álvarez prohibió los conciertos del género a partir de 1973. Sólo trece años más tarde se levantaron los últimos vestigios del veto.

En los ochenta, el fenómeno “satanic panic” se apoderó de padres y educadores en EE.UU. y Canadá, acusando al heavy metal de promover cultos demoníacos sin más argumento que el prejuicio contra una música ensordecedora e ininteligible, exactamente la misma lectura que tuvo la generación del tango, el jazz y las grandes orquestas cuando surgió el rock. La historia se olvida y así se repite.