Patricia Beltrán: Sororidad en Valparaíso

Fundación Betania Acoge

Hace once años dejó los hábitos y se dedicó, en cuerpo y alma, a trabajar por las mujeres más vulnerables de Valparaíso. Las abusadas, las maltratadas, las olvidadas. No solo tocó puertas sino corazones y, sin otra cosa más que la fe infinita puesta en Dios, encontró un lugar para las “chiquillas”, como las llama con cariño. Desde la calle Brasil, donde se ubica la casona que alberga la Fundación, Patricia recibe a cerca de ochenta mujeres que llegan en busca de una palabra de aliento, cariño y contención. Gracias a terapias, capacitaciones, la compañía constante y el trabajo mancomunado de un gran equipo integral, sus historias de vida han tomado otro cariz. “Verlas empoderadas, integradas, emprendedoras, libres, valientes, ha sido lo máximo”.

Por Macarena Ríos R. /Fotografías por Javiera Díaz de Valdés

Todo partió con un abrazo. Ese día la entonces religiosa Patricia Beltrán, “la tía Paty”, se encontró cara a cara con una mujer de la calle. “Madrecita, deme un abrazo”, le pidió. “Ese abrazo duró una eternidad, y en él pasó toda una historia de vida por mi cabeza y recordé los abrazos de mi mamá, cálidos y acogedores”, recuerda. La nostalgia se cuela en sus ojos.

En ese tiempo llevaba veintitrés años como religiosa y la habían trasladado a Valparaíso como superiora a cargo de una comunidad. “En el convento lo tenía todo, alimento seguro, un techo donde dormir, una vida espiritual y comunitaria preciosa, pero un día me pregunté qué estaba sintiendo con este “todo” y qué estaba dando a los otros y me sentí pobre. Tenía que hacer algo por esa Anita y por muchas Anitas más que encontraría en el camino”. Y dio un salto de fe.

Se conectó con la gente de los cerros porteños, los niños, las mujeres, sus familias. “Nos faltaba audacia, ser más comprometidas, más solidarias, darnos la oportunidad de escuchar al otro”. Y eso fue justamente lo que hizo: escuchar.

En un principio fueron cinco mujeres, incluida Anita. Se sentaban en la plaza O’Higgins y conversaban. Con el tiempo, el boca a boca hizo lo suyo, las reuniones cambiaron de escenario y se trasladaron a un café, más tarde a un restorán en Juana Ross, primero prestado, luego arrendando un espacio. “Ya no eran cinco ni ocho, sino que eran veinticinco, cuarenta y el último año llegaron a rozar la centena. Me conseguí sicóloga, asistente social, una dueña de casa”.

No había marcha atrás.

Hoy, Fundación Betania Acoge trabaja con cerca de ochenta mujeres de entre dieciocho y cuarenta años, donde la mayoría tiene entre dos y cinco hijos. Alcoholismo, drogadicción, violencia intrafamiliar, prostitución. Son muchos los dolores que tienen, pero acá encuentran apoyo y ayuda para salir adelante. “Acá encuentran compañía, consuelo, el no juicio”.

¿Qué aprendiste?
La conciencia que hay que tener cuando abrazamos. Desde el día en que abracé a la Anita, mis abrazos se volvieron súper conscientes, porque siento que en el abrazo está la decisión de tomar un camino distinto de vida y cómo puede cambiar el rumbo de una mujer, porque en él hubo contención, con él se sintió acogida, se sintió mirada, valorada.

¿Cuál fue la primera puerta que tocaste?
No fue una, fueron muchas. En el último año de mi vida religiosa tuve a mi lado a un grupo de empresarios con el que nos hicimos muy amigos y cuando tomé la decisión de dejar la congregación recurrí a ellos. Hubo varias personas que me acompañaron en el proceso, como mi familia, como Carmen Gloria Gorigoitía, una mujer excepcional, y Carmen García, que nos dejó esta casa en la que actualmente funcionamos.

LOS ABRAZOS

¿Por qué seguiste conmigo todos estos años?, le preguntó un día Patricia a Anita. “Por el abrazo”, le contestó, “a las demás chicas les digo que vayan donde estás tú, porque das los mejores abrazos y a mí me cambió la vida”. Patricia se queda en silencio. “Por eso es tan importante para mí el abrazo. A veces llegan chiquillas con mucha pena, con mucho dolor y la única forma que tengo de calmarlas es abrazándolas. Siento que descansan en ese abrazo, que sienten que llegaron al lugar correcto”.

El lugar que alude es una amplia casona con ocho habitaciones que han ido habilitando y arreglando de a poco gracias al apoyo de empresarios y aportes particulares. “La fuimos poniendo linda para acoger a las chiquillas con un té caliente, con una conversación, con cariño, porque ellas se merecen eso y mucho más”.

¿Qué pasó con la pandemia?
El noventa por ciento de nuestras mujeres reúnen sus recursos económicos a través de la venta de ropa en la calle. Cuando llegó la cuarentena no podían salir de sus casas y no tenían qué comer, entonces ideamos la campaña “Entrelazados”, a través de un grupo de amigos empresarios en Santiago y ayudas particulares, para reunir alimentos no perecibles y cada quince días les entregábamos a ellas y sus familias una canasta. Nunca las dejamos solas.

¿Cómo se rearmó el trabajo sicológico con ellas?
Nuestro equipo se dividió en grupos. Cada uno tenía a cargo un número de beneficiarias. Cada semana nos reuníamos para hacer un balance de cómo estaban, saber qué necesitaban y así poder ayudarlas. Las consultas terapéuticas se comenzaron a hacer vía telefónica y por Zoom. Ninguna chiquilla quedó sin atención durante el confinamiento.

Patricia comenta que el trabajo en equipo es muy potente. “Nuestro equipo es maravilloso, contamos con una doctora que ofrece sus servicios gratuitamente, una sicóloga, una secretaria, una asistente social que les enseña a postular a la vivienda, a sacar clave única, a buscar trabajo, a hacer los currículos, una dueña de casa que las acoge y conversa con ellas, un gerente que también es coaching y que las ayuda a potenciar sus emprendimientos, también hay terapeutas en diversas disciplinas: flores de Bach, reiki, reflexología, sanación energética, auruculoterapia .

Acaban de terminar tres capacitaciones que ciertamente son competencias para la vida de estas mujeres: manipulación de alimentos, curso de estrategias y plan de negocios para emprender y manicure y pedicure con toda la implementación necesaria para comenzar a funcionar.

Patricia está contenta. “Hoy día soy plenamente feliz con lo que hago en la fundación, me llena el alma y le doy gracias a Dios por eso”. El encuentro con la Anita fue la luz de esperanza que dio la posibilidad de tener una casa dedicada a acoger a las mujeres que son vulnerables.

¿Qué significa la fundación para ti?
Betania Acoge es mi hogar, mi casa, el lugar donde soy yo.

BETANIA, LUGAR DE ACOGIDA

“En la Biblia se habla que luego de predicar por varios lugares, Jesús iba a descansar a un pueblo que se llamaba Betania. Ahí Marta, María y otras mujeres lo cuidaban y alimentaban. Eso es lo que quiero que Betania signifique para ellas, un lugar de acogida, de oportunidades, donde descubran sus dones y se den cuenta de que son mujeres valiosas”.

¿Cómo lidias con el dolor de ellas?
Soy una persona muy sensible y tuve la suerte de hacer un curso en el Centro de Acompañamiento Espiritual Santa María que duró cuatro años, en Santiago. Fue un regalo para mí, aprendí a acompañar desde el dolor, pero sin hacerlo mío. A través de los abrazos busco transmitir paz y serenidad de que esto va a pasar.

En la fundación hay un pequeño oratorio con una capilla, donde Patricia se encomienda al Señor y le da gracias por todo lo vivido. “Es el lugar que nos alimenta para poder acoger plenamente, con todo nuestro cuerpo, con todo nuestro corazón”.

“Me enorgullece ver lo que han logrado, son mujeres resilientes que han salido adelante. La Anita ha sido una luz que me ha acompañado, una mujer maltratada desde pequeña, abusada, que le administraban electrochoque, que soñaba con tener un lugar propio donde vivir. Cuando conocí el lugar donde ella vivía, en la entrada había un ladrillo suelto donde juntaba plata para poder comprarse una casa el día de mañana. Todos los días yo iba a recoger esa plata y se la depositaba en una cuenta de ahorro que le abrí. Con el tiempo la postulamos al programa para la vivienda y hoy día ella vive con su hijo en un departamento”.

¿Qué sueñas?
Sueño con una mayor conciencia social, que nos demos cuenta de que todos nos merecemos respeto, cariño y dignidad. Sueño con una sociedad libre de pobreza, de maltrato, de soledad, de abuso, especialmente hacia las mujeres que no han tenido las oportunidades como el resto. Sueño con la posibilidad de abrir más lugares como este a lo largo de todo mi Chile lindo donde poder acoger a más chiquillas.