Paula Assler: Su fortaleza

En un emotivo y desgarrador relato, Paula cuenta no solo la historia de su vida, marcada por duelos, encuentros y desencuentros, sino que da ciertas claves para enfrentar una tragedia para la que nadie está preparado: la pérdida de un hijo. En su caso, la muerte inesperada de dos de sus seis hijos. A lo largo de sus páginas, que se leen de un tirón, este libro emerge como un regalo, un mirar a la muerte con otros ojos. Como un canto a la vida.

Por Macarena Ríos R. / Fotografías Cristina Alemparte y gentileza entrevistada

 La fuerza de esta mujer es tremenda, arrolladora. A ratos, la pena se cuela por su voz, pero no claudica. Sigue en pie, entera, la sonrisa intacta, los ojos llenos de luz, con su libro Si digo muerte, digo vida como escudo que, dice, permitirá a otros a hablar de lo que nadie habla: de la muerte.

Comenta que el libro le costó cada palabra, que recordar fue revivir, una y otra vez, lo que pasó ese 18 de enero de 2016, cuando sus hijas María José y Antonia murieron ahogadas en una playa al sur de Lima y, con ellas, cientos de sueños inconclusos.

¿Cómo es la vida sin ellas?
Al principio fue muy duro. Yo las buscaba, salía a la calle y de repente veía a una chiquilla con el pelo igual a la Coté, a otra que caminaba como la Antonia. Yo las busqué mucho, mucho. Decía qué ganas de que estén sentadas aquí, al lado mío, que llegaran y golpearan la puerta, porque una siempre subía corriendo, qué ganas de sentir ese ruido, qué ganas de sentirlo. Y cuando finalmente me las metí aquí adentro (se toca el pecho) nunca más las busqué afuera, porque están aquí conmigo. Y eso me cambió la vida. Gracias a Dios pude hacerlo y hoy camino con ellas; donde estoy, estoy con ellas, las tengo, las llevo conmigo. Les converso y les pido, porque siento que están al lado mío. Cuando estaba escribiendo el libro les decía ya Coté, ya Antonia, esto tiene que resultar, tiene que ser un aporte para alguien, ayúdenme.

¿Qué les dirías a quienes están pasando por un duelo?
Cuando una persona está con una pena terrible no hay nada que decir. No tengo una receta, qué difícil, pero les diría que se dejen acompañar, que traten de recibir el cariño del otro, que se dejen querer, porque la contención ayuda y mucho. A mí me sirvió muchísimo el cariño de la gente, de mis amigas. Y que pidan ayuda, eso lo remarco, que pidan ayuda; si necesitan la pastilla para dormir, que se la tomen; si necesitan la pastilla para levantarse, que se la tomen, porque si tú estás muy borrada no puedes trabajar contigo ni salir adelante.

¿Qué te mueve hoy?
Yo vine a formar familia, tengo seis hijos y nueve nietos y creo que lo traté de hacer lo mejor posible. Después de la muerte de mis hijas aparece todo esto de ayudar al otro, de escuchar el dolor de ese otro. Y esa es mi tarea hoy. Aquí, ahora. Toda la plata que se recaude con el libro va para el “Movimiento Positivo de la Muerte” de Simón Engel, que es un movimiento que ayuda a hacer duelos. Simón me comentaba que ya con el hecho de hablar y escucharse, las personas que van salen más felices, como si hubieran ido a una terapia. Hay pocos movimientos que traten esto del terror que le tiene la gente a la muerte. La gente no habla de la muerte, la evita, la esquiva, ¿por qué?

“La muerte es un tema, yo digo en el libro que yo quiero y abrazo a la muerte porque mis hijas se murieron y es una parte mía. Pero no se habla de la muerte, la gente le tiene susto. Esa libertad que tienen los niños para hablar de ella, esa naturalidad, no la tenemos nosotros. Los niños reaccionan tan distinto a uno. Cuando les contaron a los hijos de la Coté que su mamá se había ahogado, uno preguntó si se podía quedar con su celular y el otro preguntó si podía hacer lo mismo con la cartera”.

SI DIGO MUERTE DIGO VIDA

“En este mismo instante, mientras escribo, lloro. Las lágrimas no me dejan ver. Dejo el lápiz y miro la pared. No puedo parar de llorar. Vuelve un dolor tan intenso como el del primer día en la playa. Miro los altares que tengo para cada una de ellas en mi escritorio. Siento que su presencia no se disipa nunca, me persigue, me tortura. Quisiera estar durmiendo profundamente… Lloro. Pero sé que, una vez más, después de llorar, la vida se encargará de empujarme. Y estaré en pie”, escribe Paula en su libro, que aborda la historia de su vida, la separación de sus padres y la suya propia, los años de terapia, sus propias búsquedas internas y los duelos que tuvo que superar antes de la pérdida desgarradora de sus hijas.

¿Cómo se enfrenta algo así?
La separación con mi exmarido fue brutal y de mucho dolor y doy gracias a Dios que haya sido así, porque me tuve que parar. Si eso no hubiera pasado yo no me paro con lo de las niñitas, no hubiera sacado los recursos necesarios, ni la fuerza ni nada.

Paula habla de la terapia que tuvo que hacer —y que se extendió por diecisiete años— con el siquiatra Ricardo Caponni, quien murió a principios de 2019 de un infarto fulminante y que derivó en otro de sus duelos. “Fue duro perder a una persona que te contuvo y que fue tu pilar en los momentos más oscuros”.

¿Qué rescatas del sicoanálisis?
El sicoanálisis es una herramienta muy potente, un crecimiento sin pautas preestablecidas en el que te vas recomponiendo. Para mí la terapia con Caponni fue aprender sobre la vida, me ayudó a conocerme, a sanar mis heridas. Yo llegué a verlo deshecha, ayúdeme que me estoy muriendo, le dije. No hay siquiatra ni sicólogo que te pueda dar una receta para ir caminando por la vida, pero el sicoanálisis te hace pensar, conectarte con lo que sientes y que le des vueltas y vueltas.

“Es importante que uno pueda hablar y que el otro te escuche. En esta generación nadie escucha a nadie. Cuesta mucho, no sé si es por falta de interés. Yo creo que es una capacidad que uno tiene que trabajar esto de poder escuchar al otro, de ponerse en el lugar del otro”.

¿Escribir el libro fue una especie de catarsis?
Yo me lloré el libro entero, lo tuve que leer siete veces, lo corregí muchas más, es un libro que, en un principio, tenía cuatrocientas páginas y que tuve que acortar porque en Chile no se lee tanto. Pero después de terminar de escribirlo me sentí mucho más aliviada. Para mí la escritura fue y es una tremenda contención. Mi editora, la Pepa Mena, nunca había corregido un libro así, tan emocional y tan duro. Me dijo que le había servido para hacer duelo. “Fue casi una terapia acompañarte en este libro”, me dijo.

Paula se queda en silencio. Como suspendida.

“Tú sabes que les digo a los niños que cuando me muera me entierren con el libro. Porque si en sesenta años o en cien años más abren el cajón y lo encuentran, sería maravilloso que alguien lo pudiera leer, sería maravilloso poder ayudar con mi testimonio”.

UNA MUJER DE FE

 Traer los cuerpos de María José y Antonia a Chile demoró cuatro días. “Yo doy gracias a Dios que el accidente fue en Perú, porque se ahogaron un lunes y recién las pudimos enterrar un viernes y yo todo ese tiempo estuve con ellas, las pude tocar, abrazar, las pude peinar. Fue un regalo. Para mí y para mis hijos fue fundamental haber estado todo ese tiempo con ellas”.

Paula cuenta que en el funeral había tanta gente que tuvieron que cerrar la calle. “Fue brutal cuando las tuve que dejar en el cementerio, fue brutal, porque eso significaba no verlas más. Eso fue terrible. Sentí que un pedazo mío se quedó allá. Me costó mucho volver (al cementerio) hasta que lo hice con mi yerno y hoy cuando vamos hacemos picnic, cantamos, conversamos, es algo más natural y te ayuda mucho a sacarle lo bueno a la muerte”.

Dos años después del trágico accidente, Paula volvió al mar.

¿Cómo fue ese reencuentro?
Después del accidente veía al mar como un monstruo enorme que me las había quitado. Y decidí volver porque no las lloré como hubiera querido llorarlas porque tuve que hacer cosas prácticas, rescatarlas del agua, llevarlas a la morgue, vestirlas, peinarlas, maquillarlas, meterlas al cajón. Cuando volví al lugar fue muy impactante estar ahí, pero me gustó. Puse mis manos en el agua y me reconcilié con ese mar. Le agradecí que me las hubiera devuelto. Siempre me he preguntado qué hubiera pasado si no hubiese sido así, si nunca hubiera recuperado sus cuerpos. Yo creo que estaría enferma de pitiá y estaría sentada allá hasta el día de hoy.

¿Cómo son los aniversarios?
Nosotros nos preparamos para los aniversarios, para los cumpleaños, les cantamos, ponemos fotos, hacemos asados, los niños les escriben, les hacen dibujos… Hacemos lo que a ellas les hubiera gustado. Siempre estamos celebrando, siguen estando muy presentes y eso es muy rico, porque sientes que ellas están.

“Cada una de las niñitas tenía un grupo de amigas muy potentes. Cada cierto tiempo me junto con ellas, las convido a comer a mi casa y las recordamos. Mis hijas me dejaron estos grupos de amigas maravillosas que para nosotros, como familia, han sido muy importantes. Porque después de cierto tiempo la gente olvida. ¿Quién va a una misa después de seis años? Nadie y aquí se vuelve a llenar y eso es lo más lindo que nos pudo haber pasado, mis hijas hicieron una tremenda pega”.

¿Eres creyente?
Cuando se murieron mis hijas yo pensaba qué ganas de tener esa fe. Porque hay gente que entrega a sus hijos a Dios, porque van a estar mejor, pero yo no quería entregar absolutamente nada. Y cerraba mis ojos y decía qué ganas de tener esa fe loca, que pueden entregar sus seres queridos a Dios y que a lo mejor sufren menos. Qué envidia, pensaba.

¿Hoy te consideras una mujer de fe?
La fe que tengo es que me voy a encontrar con las niñitas. En el universo, en el cielo, en el mar, donde sea. Esa es mi fe.