Son hermosos ruidos

Por Marcelo Contreras

Corren los últimos días de 2001. Beto Cuevas se casa con Estela Mora en una ceremonia mapuche, y soy un reportero en cobertura del evento que necesita ir al baño. Mientras me lavo las manos, se abre la puerta de un cubículo y aparece Jorge González. Los Prisioneros vienen de llenar el Estadio Nacional el 30 de noviembre y el 1 de diciembre, en conciertos que aún remecen el ambiente. La alineación original de la banda más importante de Chile se ha reunido cuando parecía imposible —a esas alturas todo el país sabe de la infidelidad que fracturó al grupo—, y bajo sus propias reglas.

Nada de publicidad, cero entrevistas, excepto una conferencia de prensa en la Feria del Disco y una aparición para TVN en De pé a pá de Pedro Carcuro. Congregaron a ciento cuarenta mil personas en ambas citas, hasta hoy un récord difícil de batir en el coliseo de Ñuñoa.

“Jorge. De las dos noches, ¿cuál te gustó más?”. El líder de Los Prisioneros se mira en el espejo y sonríe. Yo tengo mi show favorito, asistí a ambos. La primera noche trabajé despachando para El Mercurio. En la segunda cita fui como fan, a pasarla bien, a corear esas canciones inolvidables. Ese show del 1 de diciembre, la fecha original que al agotarse de inmediato gatilló el segundo concierto un día antes, fue la mejor. Los nervios y la tensión se habían esfumado. “La segunda”, coincide González, sin dejar de sonreír, muy distinto del tipo que apenas un par de años antes trataba a gritos a los periodistas, si las preguntas no eran de su agrado.

Encajo una última consulta: qué viene para el grupo. Jorge habla de un probable concierto en alguna población popular y emblemática de Santiago. Nunca sucedió.

La última vez que vi a Los Prisioneros con la alineación clásica fue una fría noche en la Quinta Vergara, el 12 de mayo de 2002. Estuvieron impecables. También los vi cuando Claudio Narea se había marchado por segunda vez, reemplazado por músicos que eventualmente cantaban mejor y lo superaban en técnica, no así en su lugar en una banda de amigos de liceo, que cambió el curso de la música popular en Chile.