El alto precio del perfeccionismo en el rubro del bienestar

Y la caída del personaje espiritual 

¿Te ha sucedido que sigues a una persona que te inspira, pero que su persona es tan “perfecta”, tan “inmaculada” que se siente lejana o imposible para ti de replicar y terminas sintiendo frustración y que es más sano alejarte? ¿O bien te quedas con la idea de tener que “ser así” porque aspiras a un estado espiritual más elevado?

Pero primero que todo, ¿qué significa un “estado espiritual más elevado”? ¿Es seguir una lista de “deber-ser”? ¿Es un reflejo de un tipo de personalidad específica? ¿Es no enojarse nunca? ¿Es no molestarse jamás? ¿Es poner la “otra mejilla” cuando nos hacen daño? ¿Es no tener creencias contractivas de ningún tipo? ¿Es no tener algún pensamiento crítico de ningún tema?

Mientras me siento a escribir esta columna pienso en los mil y un personajes que he conocido en mi vida del tipo “espiritual”. Si bien mis estudios han sido más por el área de los negocios y la ecología, la vida me fue llevando hacia el rubro del empoderamiento, del bienestar y de lo que se define más socialmente como “espiritual”.

Mis viajes por Bali, Malasia, Filipinas, Australia, Nueva Zelanda y muchos otros me han llenado de experiencias de todo tipo; he asistido y apoyado docenas de retiros y procesos de transformación personal y he conocido todo tipo de personajes espirituales, lo que me ha llevado a observar patrones y conductas que quiero desafiar hoy en estas líneas.

En mi opinión, la espiritualidad es uno de los planos de nuestra existencia más lleno de creencias que nos contraen y limitan. Después de todo ¿qué es espiritual y qué no lo es? ¿Qué es correcto y qué no? Las creencias espirituales manipulan nuestras conductas en gran medida.

Pareciera que existe una tendencia a relacionar la espiritualidad con el perfeccionismo. El cuerpo perfecto, la conducta perfecta, la personalidad perfecta nos hacen creer que esa persona está en un “estado espiritual más elevado”. Lo que esto ha hecho es que copiamos la conducta, aun cuando no hemos generado muchas veces el estado interno causal de esa conducta en primer lugar.

Me explico. Vemos a una persona que ha generado paz en su vida. Al estar en paz lo vemos enojarse menos, por ejemplo (consecuencia directa de la energía de la paz). Observamos este resultado y podemos pensar erradamente que para ser más “espirituales” no debemos enojarnos… nunca. Lo que esto genera en consecuencia es represión. Comenzamos a reprimir las emociones que sentimos en pos de un “deber ser” que nos dé algo que estamos buscando (en este caso, un “estado espiritual”)

La industria espiritual muchas veces enferma, porque copiamos las conductas, reprimiendo nuestras emociones, basados en creencias de lo que es “espiritual de lo que no” y como resultado: nos enfermamos, o bien, como hemos visto que ha sucedido una y otra vez, la persona que lleva mucho tiempo “siendo obligadamente de una forma” (el personaje espiritual que no se permite enojarse, ni puede equivocarse, etc.), explota y experimenta lo contrario (un gran momento de ira, una fuerte opinión en contra de algo, etc.).

El personaje enaltecido cae y deja huérfanos a todos quienes aspiraban a ser como él/ella. Cae el referente de perfección y eso es exactamente lo que ha estado sucediendo en el último tiempo. Pero, ¿quiénes pusimos ese referente en un pedestal en primer lugar? Siempre somos nosotros, basados en nuestras creencias de lo que significa “ser espiritual”.

La espiritualidad basada en creencias y conductas específicas (deber ser) se ha convertido en una gran jaula, tanto para los “personajes espirituales” condenados a ser de “cierta forma” para ser creíbles, como para los seguidores, que piensan que replicando una conducta específica llegarán a “ese estado espiritual más elevado”.

¿Y si “ser espiritual” fuera una condición inherente a la existencia que no tiene relación con nuestra conducta?