Costa Ligure, Italia: arcoíris en primera línea

Texto y fotografía Constanza Fernández Curotto (conifernandez@gmail.com)

Quisimos recordar una de las postales más lindas de Italia, que publicamos hace algunos años. Declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1997, Le Cinque Terre forman parte de la lista World Heritage List destacando como uno de los lugares naturales más hermosos del mundo. Aquí los pueblos aparecen y desaparecen entre los acantilados de un paisaje  que mezcla lo real con la imaginación de cientos de dibujos que animan fachadas, puertas y balcones de esta creativa región.

El rostro de una mujer se asoma entre las persianas, en la ventana del vecino un gato trepa la cañería y, en el segundo piso, frescas flores decoran las terrazas dándole vida a una imagen que parece ir más allá de la realidad. Fue caminando entre uno de los tantos “caruggi”, angostos callejones del casco antiguo de Vernazza, que encontré esa escena; la originalidad de cada trazo me invitó a detenerme para apreciar la arquitectura que me rodeaba: ¡hasta las tejas habían sido dibujadas! Estas sencillas historias cotidianas son una tradición que nace de los mismos habitantes, cuyo encanto está en los colores y detalles que cubren las construcciones que se levantan frente al mar y desde la costa hacia la montaña, haciendo de la Liguria un lugar luminoso y alegre en cualquier época del año.

Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore juntas son las “Cinque Terre”, cinco pueblos construidos sobre la roca, donde el color trepa, se esconde y encarama entre los abismos. Las irregularidades del terreno, la altura y las pronunciadas pendientes hacen de su arquitectura una propuesta estética única. Las casas brotan y se pierden entre un paisaje natural fascinante donde la mano del hombre se une en armonía con la mano de Dios. Declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1997, Le Cinque Terre forman parte de la lista  World Heritage List, destacando como uno de los lugares naturales más hermosos en el mundo.

Para llegar hasta ahí tomé el tren más lento en Génova, ese que pasa más tiempo detenido que en movimiento, con la idea de que las paradas fueran breves miradores desde donde podría elegir los lugares que visitaría al regreso y fue una buena idea tomarlo directo hasta Monterosso, la más grande de las cinco tierras, ubicada en la parte occidental, justo al centro de un golfo natural. Fue un viaje de casi dos horas donde me divertí observando esta colorida película documental. Después de cada curva, puente o túnel un nuevo paese, nombre que se le da a los pueblos en Italia, se desplegaba como un museo al aire libre en el que las obras de arte eran las casas, simple y cotidiana forma de plasmar alegría en un lugar. Una al lado de la otra, la otra encima de la del vecino, un poco más arriba más casas trepando las piedras y en los acantilados, las iglesias, mágicamente adosadas a la roca, parecían desafiar hasta al más experimentado de los arquitectos. Tan junto estaba todo que podía imaginar a las personas compartiendo un café de balcón a balcón sin mucho esfuerzo.

La última parada es Fegina, una expansión turística de balnearios privilegiados por sus largas playas de arena, algo inusual en esta zona donde lo que abundan son las rocas y piedras que obligan a tomar sol en reposeras. Desde la estación se atraviesa la oscuridad de un pequeño túnel que le regala un toque misterioso al paseo que en pocos minutos sale a la luz. La calle principal desemboca en el pequeño golfo desde donde salen los vaporettos, otra de las opciones, además del tren, para viajar hacia el siguiente pueblo. Dicen que moverse en una de estas pequeñas embarcaciones es realmente un espectáculo, pero ese día la altura y la fuerza de las olas obligaron a cerrar los puertos y, para no volver a subirme al tren, opté por caminar, dejando pendiente el paseo por el mar.

SABOR A ITALIA

Mezzo giorno y el pesto genovés se adueña de todos los espacios, en cada esquina se respira la cocina italiana, esa que sabe de pastas y aromáticas salsas donde el ajo se toma el papel principal. Las trattorias, panificcios y heladerías abren sus puertas porque en Italia el almuerzo es al medio día y si de comida se trata, los italianos sí que son puntuales y las mesas se atienden hasta las 14:30 horas, después es difícil encontrar algo abierto para sentarse; lo que sí existe durante todo el día es la pizza al taglio, trozo de pizza para llevar, y los panini, exquisitos panes rellenos con todo tipo de verduras, quesos y salames. Yo opté por una crujiente masa con zucchini al ajo y pomodoro que comí subiendo por un angosto pasaje que me llevó al Castello Doria, para ver una de las panorámicas más atractivas de este Parque Natural. Desde la parte más alta de la torre, a la que se sube por una estrecha escalera de caracol, se alcanzan a ver gran parte de los diez kilómetros de costa que forman las Cinco Tierras. Entre las opciones para seguir descubriendo el lugar hay senderos de poca dificultad, muy bien indicados, que cada ciertos tramos se vuelven frondosos, frescos y agradables y, la mayor parte del tiempo, se camina a gran altura sobre el mar con increíbles vistas. Entonces las opciones son caminar, si las condiciones lo permiten, subirse a una pequeña embarcación o el tren con bastantes salidas diarias; los autos no están invitados.

Un kilómetro separa a Riomaggiore de Manarola, conocida como “la via dell’ amore”, el sendero del amor fue excavado en la roca a inicios del siglo pasado y se puede hacer tranquilamente en veinte minutos. Le sigue Vernazza y desde ahí los senderos se vuelven más empinados, los olivos y las viñas acompañan una caminata donde los miradores abundan, pues a cada vuelta el paisaje se vuelve más mágico, y si es un día de sol el brillo del mar se pierde en el horizonte.

Riomaggiore es la última parada, cerrando el cuento encantado delle Cinque Terre, su larga y animada costanera ofrece atractivas opciones para terminar el día cenando frente al mar.

UN PARAÍSO DE PANORAMA

En la ribera italiana de Levante, al otro extremo de la costa, en el lado opuesto a Monterosso, se extiende un llamativo y delicado Camogli. Romántico pueblo medieval que muy bien refleja el nombre del golfo que lo acoge: Paraíso, en cuyas aguas reposan silenciosas embarcaciones. Cada día cientos de telas blancas danzan sobre el mar de la ciudad de los “mil veleros blancos”, o de “las casas muy juntas”, este último nombre es un reconocimiento a los altos, minúsculos y llamativos hogares de esta pequeña joya marina. La arquitectura de roca se encarga de ocupar, incluso, los más ínfimos rincones de la piedra costera, callejuelas empinadas de un casco antiguo que fluye de balcón a balcón, casi sin respeto por la privacidad del otro.

Aquí los trampantojos, dibujos que imitan balcones, tejados y todo tipo de decorados también se mezclan con la realidad de lo que más bien parece una fábula encantada. El Mediterráneo añade la templanza de sus tranquilas aguas y el clima, muy amigo del verde, alimenta una cadena de libres montes que corren paralelos al litoral ofreciendo otro punto desde donde mirar el espectáculo.

Desde las alturas el lungomare es una costanera luminosa y un tanto nostálgica. Cuenta la leyenda que antiguamente las mujeres pasaban largas horas asomadas en sus balcones con la vista perdida en el horizonte alimentando la esperanza de ver la embarcación que traería de regreso a su marido. “Casas de esposas” es otro de los nombres de Camogli, dulce, femenina y breve forma de resumir la historia de las familias de pescadores. Una realidad diferente es la que ofrece el vecino Portofino, famoso destino de muchos artistas y personalidades del mundo de la moda donde todo es elegante, chic y de lujo. Las embarcaciones, los bancos de las plazas, los restaurantes, las terrazas para el aperitivo y las tiendas que hacen de este lugar un exclusivo y animado paese. Y si de costa se trata, aún quedan pueblos por recorrer para descubrir, detrás del color, el encanto de su propia historia.