Hotel Alaia, Pichilemu: Oda al mar

En esta edición, recordamos el reportaje que le hicimos a este hotel boutique hace unos años, situado frente a la playa de Punta de Lobos, en Pichilemu. Con una vista privilegiada, desde las terrazas de sus habitaciones se puede tocar la arena, sentir la brisa marina, escuchar el ruido de las olas e, incluso, ver a los surfistas cómo se deslizan entre estas. Todo un lujo en la costa de la región de O’Higgins.

Texto y fotografías archivos Tell Magazine

Con la idea de construir un hotel de calidad superior a todo lo que había hasta el momento en Punta de Lobos, es que Nicholas Davis, junto a su señora Paulina Catafau, decidieron crear el proyecto Alaia, para lo que encargaron su arquitectura a Nicolás Pfenniger. “La idea era que el lugar tuviese un nivel de hotelería alto, y que se proyectara en el tiempo, ya que esta zona está siendo muy importante turísticamente a nivel nacional”, cuenta su gerente comercial, Juan Pablo Álvarez.

Los puntos claves para la construcción del hotel fueron que debía ser amigable con el medio ambiente, de bajo impacto visual, y con la idea de que se fusionara con el paisaje y no fuese invasivo con el mismo. Y por otro lado, que tuviese un programa de apoyo a la comunidad, desde un fuerte reciclaje en el área de cocina, en donde todos los productos que se compran son de pescadores artesanales locales, hasta la creación de una escuela de surf para niños con instalaciones específicas.

FRENTE A LAS OLAS

Alaia se llamaban las primeras tablas de surf que crearon quienes inventaron este deporte, y son originales de la polinesia. Son pequeñas y están hechas de madera. De aquí el nombre del hotel que está construido según la forma de la ladera. Por lo mismo, al llegar, lo primero que se ve es el estacionamiento. Para ir hacia la entrada, es necesario bajar unas escaleras, las que dan a una inmensa puerta de madera. Aquí lo básico son las maderas nobles, y recicladas, y los grandes ventanales que dan al mar.

El hotel cuenta con varias instalaciones distintas: primero está la gran nave que es un espacio de ciento treinta metros cuadrados, y de doble altura, con techos recubiertos por coligües, paredes forradas en madera y piso de poliuretano. De líneas simples, pero moderno, este gran rectángulo horizontal es una oda al mar, por la vista, pues desde cualquier ángulo siempre el protagonista es el mar.

En este gran espacio se encuentran la recepción, hacia la izquierda el bar, el restaurante al pie de una gran chimenea, la cocina, y una terraza techada que tiene cien metros cuadrados. Hacia el otro extremo se encuentra un living, y afuera una terraza más pequeña, ambos con amplias chimeneas de piedra.

La decoración estuvo a cargo de Paulina Catafau, quien le dio un ambiente cálido y acogedor gracias a una iluminación tenue, en donde destacan varias lámparas de mimbre que cuelgan del techo, logrando una composición artística ideal. Además de muchas velas, grandes floreros, pieles de oveja y alfombras artesanales.

Para ir a las habitaciones, hay que salir y caminar por senderos de madera, siempre hacia abajo, siguiendo la línea de la ladera, mientras se contempla el paisajismo del área que fue diseñado con el fin de tener un jardín de bajo riego en donde resaltan las docas y doquillas de vivos colores, los cactus, las suculentas, las macollas y las grandes piedras o rocas dispuestas entre medio. El lugar cuenta con tres hectáreas de las cuales sólo se han construido mil ochocientos metros. Por lo que hay mucho espacio libre, para jardinear y pasear.

Las habitaciones son doce. Y se reparten en seis módulos, o pequeñas naves que tienen el mismo hilo conductor que el restaurante, las mismas líneas modernas, simples, de madera, con grandes ventanales que dan hacia la playa.

Todas están ubicadas abajo del restaurante, separadas entre sí, lo que aporta una independencia y privacidad únicas. Para ir con los niños, hay cuatro habitaciones que se unen a través de una puerta. Lo mejor: tienen salida a la playa, algo único y la gran diferenciación de este hotel. El mar se ve de todos lados, y tiene una pequeña terraza en donde se puede pasar horas disfrutando la vista.

La gracia del hotel Alaia, es que en su conjuntom posee raza en donde se pueden pasar horas disfrutando ya que al frente de estLLLas instalaciones del hotel también están pensadas para la familia; cuentan con una escuela de surf, una escuela de skate, con un bowlpark para practicar este deporte, un muro de escalada, una piscina con hot tub, y además una zona de camping, perfecto para que los más pequeños disfruten de esta experiencia. “Además hacemos paseos de stand paddle y kayaks en la laguna de Cáhuil y acá en Punta de Lobos, cuando no hay tanta ola”.