Postales de otros días

Por Marcelo Contreras

De los mil cien asientos disponibles sólo se puso a la venta el veinte por ciento de la capacidad del Temple Live, un antiguo teatro masónico reconvertido en sala de música en vivo en Fort Smith, Arkansas. Ocurrió el pasado 18 de mayo, oficialmente el primer concierto en Estados Unidos desde el estallido de la pandemia, a cargo del cantante de country rock Travis McCready. A los asistentes se les exigió mascarilla y control de temperatura, para después ser distribuidos en grupos separados a 3.5 metros. Los baños también fueron adaptados para garantizar la distancia social. Las imágenes de una sala semivacía, más que inspiradoras sobre las posibilidades de regresar relativamente pronto a la música en directo, resultan desconcertantes.

La música en vivo está detenida y la tragedia es para los artistas y sus equipos porque una parte significativa de los ingresos proviene de actuar en directo. Si bien el streaming ahora implica más de la mitad de las ganancias de la industria musical con 341 millones de cuentas digitales en todo el mundo, el reporte de derechos no logra paliar las pérdidas de congelar shows y dar prácticamente por cerrado este año.

Los sucedáneos a la experiencia en vivo, como los conciertos en línea, contienen una efervescencia acotada, efímera. Logra captar la atención por un rato con la estrella favorita en un plano íntimo. Sin embargo muy pronto la falta de estímulos y feedback más allá de la música y su interpretación —otros artistas en escena, las luces, el volumen y la energía de una entusiasta muchedumbre— hacen de esta alternativa una fórmula pasajera. A la vez nos permite valorar el diseño y montaje de un show. No es solo la magnética presencia de la estrella favorita sobre el escenario, sino el trabajo de todo un equipo.

La postal del fan apretujado y sudoroso contra una reja con miles de personas enfervorizadas detrás será una quimera mientras no exista una vacuna para el Covid-19. Dicen que los conciertos se retomarán solo hacia el final de esta crisis, aunque existen más probabilidades de contagio en un ascensor que en un evento. Por ahora no hay más respuestas que esperar.