Torres del Paine: La fuerza de la naturaleza

Amante del trekking, toda la vida de esta veterinaria y guía de expediciones fotográficas ha estado ligada a la naturaleza. “Mi lugar favorito en la vida es Torres del Paine y al que siempre vuelvo. Los tres años que viví ahí fueron de mucho aprendizaje y, definitivamente, marcaron mi vida. Cada mañana, y hasta el día de hoy, cuando salgo a buscar pumas, cuando salgo a hacer fotografías de paisajes, rezo a la madre naturaleza para que me acompañe”. Aquí, uno de los destinos más bellos de Chile, tras el lente de Cristina Harboe.

Por Macarena Ríos R./ Fotografía Cristina Harboe

“Llegué a Torres del Paine el 2008, como guía de trekking y cabalgatas. Me encantó el trabajo, sobre todo la forma que yo encontré para lograr conectar a más personas con la naturaleza.

Durante los tres años que estuve viviendo allá, me dediqué a estudiar el lugar. Me sirvió harto la formación científica que tenía de la universidad por mi carrera de veterinaria y me enfoqué mucho en flora y fauna. De hecho, desarrollé un par de salidas a terreno que eran específicas para hacer avistamientos de aves y flores durante los meses de verano. Me encantó.

La forma como uno puede manejar el turismo en Chile es una herramienta tremenda de conservación. Esa es la razón por la que yo hago fotos y de ahí nacen las expediciones fotográficas donde les doy a conocer las diversas especies que habitan Chile.

Cada día hacíamos caminatas —desde doce hasta, incluso, treinta kilómetros— con extranjeros de todas partes del mundo por los circuitos de la W más típicos: base Torres, el glaciar Grey, valle del Francés. Mientras caminábamos, les contaba la historia de Torres del Paine, les hablaba acerca de la geología, de los ecosistemas, de sus animales y de la importancia de las especies que estaban fotografiando.

Durante el trekking, les dejaba en claro la suerte que tenían de poder viajar, desde lugares tan remotos, a este pedazo del fin de mundo. En medio del viento, del sol, de la lluvia, les decía que iban a vivir una experiencia que seguramente les cambiaría la vida, y que se iban a transformar en embajadores de ese lugar.

LO INOLVIDABLE

Nunca me voy a olvidar de un pasajero que llegó al hotel con una carpeta de treinta páginas de puros recortes de revistas de Torres del Paine. De distintas revistas y épocas. La noche en que lo conocí le mostré las alternativas de expediciones para el día siguiente, pero me dijo que quería conocer el Valle del Francés, una caminata de diecinueve kilómetros. Tenía sesenta y ocho años.

A la mañana siguiente, después de media hora de caminata, me dice que necesita sentarse. Me pide disculpas y me confiesa que no me había contado toda la verdad: un problema en una de sus rodillas lo imposibilitaba seguir adelante. “Estuve esperando doce años de mi vida para venir a Torres del Paine. Lo único que quería era caminar hasta el Valle del Francés y ver esa maravilla de glaciar colgante con mis propios ojos. Y no puedo, y no lo voy a poder hacer. Por eso te voy a pedir que nos quedemos aquí sentados y que tú, con tu imaginación, me lleves para allá, y que me cuentes cómo es el camino, cómo va cambiando a medida que se avanza, cómo son los árboles, cómo se llega”, me dijo.

Mientras le iba contando, con los ojos cerrados, los mil y un paisajes maravillosos para llegar al valle, el señor lloraba, con una sonrisa de gratitud. Fue un momento mágico e inolvidable. Esa excursión me marcó y me dejó muchas enseñanzas de vida tremendamente profundas.

LA FUERZA DE LA NATURALEZA

Mi pasión por la fotografía me ha llevado a lugares impensados. Al sur de Chile, a la región de Magallanes, a las islas Malvinas, a la Antártica, donde trabajo como guía hace ocho años. He recorrido la selva amazónica en Bolivia, Sudáfrica, Misiones, en Argentina las Cataratas del Iguazú, la Montaña de Siete Colores en Perú. He ido a Pantanal a ver jaguares, a ver los gorilas de montaña en Ruanda, a fotografiar tigres en India. Y por supuesto, a Torres del Paine.

Cuando empecé a caminar por el Parque Nacional, cuando vi las maravillas de la naturaleza al alcance de mi mano, la cámara que había traído pasó a ser un elemento inseparable para mí. Fue inseparable desde ese momento, e inseparable cuando me di cuenta de que era una forma de registrar lo que veía. Pumas, huemules, aves, guanacos. Y los paisajes, los amaneceres. Esos que cambian constantemente.

En la ciudad tienes todos los elementos para estar cómodo, pero estamos súper desconectados de lo que nos hace estar vivos. No hay nada que te haga sentir vulnerable, pero en la naturaleza eso cambia. Porque cuando estás ahí, te das cuenta de la fuerza impresionante que tiene la naturaleza y de lo pequeño y vulnerable que somos. Porque una racha de viento de ciento cincuenta kilómetros te puede costar la vida.

 Para hacer una buena foto es necesario manejar los conceptos básicos de fotografía. Conocer tu cámara, profundidad de campo, velocidad de obturación, manejo de ISO y manejo de composición, que puede llegar a ser tu sello personal.

Hoy en día la fotografía está a la alcance de todos. Es una disciplina que nunca se termina, es un arte que sigues aprendiendo a través de los años y que inspira. Para hacer buenas tomas, hay que ser tremendamente perseverante y tener una tolerancia a la frustración enorme. Implica levantarse al alba, acostarse muy tarde y conectarse con el lugar y con uno mismo, que es lo que enseño en los cursos de fotografía y revelado digital.

Cuando estás haciendo fotos, cuando conoces la técnica, cuando sabes de composición, cuando manejas la cámara, es como una suerte de meditación. Se te pasan las horas haciendo fotos y empiezas a apreciar cosas que antes no veías, te vas a los detalles, te vas a la simpleza. Porque la belleza está en lo simple”.