Alberto Bustos: Filamentos & texturas

Así se llama el workshop que este ceramista vino a dar a nuestro país, con un discurso tan honesto como generoso. Desde la escuela de arte Ceramistas de Reñaca, el artista español habla de su vida, de sus luces y sombras. “Jamás pensé que, siendo autodidacta, podría convertir mi pasión y admiración por la cerámica en el sentido de mi vida”.

Por Macarena Ríos R./ Fotografías Andrea Barceló

“Yo les he dado cuatro pautas, ahora olvídenlas y empiecen a trabajar como lo han hecho siempre y verán que cuando comiencen a elaborar las piezas con su estilo y aplicar parte del mío, van a disfrutar. Quítense el miedo, lo único que no podemos modelar con arcilla es el miedo. No intenten reproducir lo que he hecho. Sean ustedes, no sean yo. Esa es la única forma de perder el miedo”.

Es la primera vez que Alberto Bustos (47), delgado, de reluciente cabeza rapada y mentón anguloso, está en Chile. Lleva puesto un delantal de cuero negro con una foto impresa que representa su manifiesto: una mano, un cepillo de dientes y un colador, “los tres elementos con los que siempre trabajo. Puse esta foto irónicamente, como diciendo: esta es mi impresora 3D”, explica con una gran sonrisa. “La mano es la principal herramienta. Creo que la arcilla es necesario modelarla y labrarla con las manos”.

Lleva veinticinco años dedicado a la cerámica y apenas cuatro impartiendo workshops como el que acaba de dictar en Ceramistas de Reñaca. Aunque reclamen su talento de todas partes del mundo, aunque en tres semanas deba partir hacia Indonesia, Rusia y Ucrania y luego volver a nuestro continente a compartir sus conocimientos en Ecuador y Argentina, todavía no se cree el cuento.

¿Por qué?
Nací en una familia súper humilde, donde siempre me hicieron tener los pies bien puestos sobre la tierra. Hay que saber dónde están tus raíces, y yo sé de dónde vengo. Los premios y reconocimientos son una suerte de homenaje a la lucha contra viento y marea que dieron mis padres, quienes murieron muy jóvenes para sacar adelante a sus tres hijos en condiciones precarias, sin dinero, pero siempre con amor y cariño. Al final del día mis obras reflejan mi vida, esos momentos tan duros de los que logré salir. Siempre me emociono cuando me acuerdo de ellos, y más todavía porque nunca llegaron a ver mi trabajo con la cerámica.

Estamos sentados en una mesa larga, al aire libre. Ajenos al bullicio de una veintena de mujeres que vinieron de diversas partes a compartir un par de días con él y que trabajan, afanadas. “Los workshops me producen una tensión constante. El saber que la gente ha hecho un esfuerzo económico por estar ahí contigo y que están pendientes de ti genera mucha presión y me hacen estar al límite”, confiesa.

Y sin embargo, mientras conversamos, esa tensión a la que alude pareciera no incomodarle. Por el contrario, se ve más vivo que nunca. “Es el karma de mi vida. Yo no soy una persona demasiado social y resulta que la principal fuente de trabajo son los workshops, la comunicación, cosa que me está enriqueciendo como persona, porque el contacto humano es muy positivo. Con el tiempo he aprendido a disfrutar más mis clases”.

 LA MAGIA

Autoexigente e hipersensible, por definición propia. Innovador y generoso con sus conocimientos, por definición del resto. La naturaleza florece, literalmente, bajo los largos dedos de este diseñador gráfico. La conexión con la tierra es el sello inequívoco de su trabajo.

¿Por qué la naturaleza?
Nací en Valladolid, una ciudad al centro de España prácticamente sin paisaje alguno, una meseta absolutamente árida, sin mar, sin montañas, solo edificios, eso me marcó profundamente. Cuando la gente ve mi trabajo, piensa que reproduzco elementos vegetales y no es así. Lo que estoy contando, a través de una fisonomía vegetal, es mi vida. Esa falta de oxígeno, esa falta de luz que yo tenía en mi ciudad es la que me ha hecho ahora hacer este tipo de piezas siempre buscando esa esperanza, de salir de esa especie de bloque urbano y transformarme y convertirme en algo más orgánico.

¿Cómo llega la cerámica a tu vida?
La cerámica llega a mi vida por error porque yo empecé pintando, tenía muchas inquietudes artísticas y una de ellas era pintar. Y digo por error porque pensé que era lo más sencillo del mundo y me equivoqué porque el horno es el juez, es el que decide, nunca sabes con qué te vas a topar una vez que abres la puerta del horno.

¿Cuándo sientes que una obra está lista para ir al horno?
Pienso que las obras nunca están listas. Jamás. Siempre meto mis piezas al horno con la sensación de que podría haber hecho más. Muchas de mis piezas las llamo inacabadas, con un mensaje implícito y las dejo con un posible futuro. No sabes hacia dónde van a evolucionar. Esa es la magia de la cerámica.

¿Qué te inspira?
Todo lo que hay a nuestro alrededor es inspiración. El problema es que con tanta tecnología siempre miramos las cosas a través de un dispositivo. Hay que mirar con los ojos, porque lo que realmente te va a quedar son los sentimientos, las sensaciones cuando ves paisajes y se te ponen los pelos de punta. Una foto puede estar mejor o peor hecha pero hay que vivirla, hay que olerla. En ella hay viento, hay sonido, hay luz, eso es lo que realmente queda.

En tus clases, ¿cuáles son tus máximas?
No hay que convertir una pieza en una amalgama de estilos que al final no tiene personalidad. La cerámica tiene muchísimas técnicas, lo ideal es elegir una. Sean fieles a un estilo y crezcan en él. Creo que ese es el momento de la consagración, cuando creas un estilo que te define y que se reconoce. Y eso es muy difícil de lograr.

¿Qué sentiste cuando te consagraste?
No me considero consagrado. Para nada.

SIN MIEDO

“Me rebelo contra quienes afirman que la cerámica siempre ha sido la hermana pobre del arte. Somos culpables, en parte, de que nuestra disciplina artística no se considere como un arte de primer nivel y el principal responsable es la producción seriada. Hay que hacer ver a la gente el proceso que conlleva hacer las piezas de cerámica. El tiempo que toma”. Y esa ha sido su cruzada también.

En sus clases, el actual miembro de la Academia Internacional de Ceramistas, cuyas obras se pasean por museos y descansan en casas de coleccionistas, los alienta a perder el miedo. “El miedo atenaza nuestras manos y eso lo nota el material cuando lo tocamos. Hay que perder el miedo, dejar fluir y no esperar el resultado. El camino, el proceso, es el resultado. La vida es mientras caminamos, no la meta”.

¿Cómo ves el mercado del arte?
En España es complicadísimo. El mundo del arte es muy complejo, yo soy muy apolítico, no soy de contactos. Creo que es cuestión de suerte, de posicionamiento. Como dicen por ahí, nadie es profeta en su tierra. En mi país no tengo trabajo, pero afuera tengo muchísimo reconocimiento. Es un clásico histórico.

El 2020 se abre auspicioso para Alberto. A las exposiciones ya comprometidas en Cataluña, le esperan workshops en Rusia, Bélgica, Estados Unidos, Francia y Suiza, por nombrar algunos países. “De alguna manera siento que el mensaje que quiero transmitir está funcionando, porque cada vez tengo más trabajo. Eso me da más confianza y sufro menos. Cada día es nuevo para mí, hacer planes ahora mismo es muy difícil, por eso he tenido que renunciar a los hijos. No es correcto tener un hijo virtual.

¿Pensaste en llegar adonde estás?
Jamás.