Alex Neira, dueño de Kamadi: Resiliente

Conocer la historia de Alex es admirarlo. Proveniente de una familia de esfuerzo de Punta Arenas, llegó a Concepción por amor, y no ha dejado de luchar un solo día por sus sueños. Esta es la historia del Kamadi, uno de los locales más conocidos de Concepción, pero sobre todo, es el relato de su dueño, quien tropiezo tras tropiezo nos regala una dosis de esperanza e inspiración.

Por Monserrat Quezada L. / Fotografías Sonja San Martín D.

Durante el estallido social, se viralizó un video del saqueo que sufrió el local Kamadi de Los Carrera, el que en su primer piso funciona como un minimarket con foco en licores, el rubro que lo llevó a la fama, y en el segundo como un restorán con muy buena crítica, llamado Mr. Alex, reflejo de la evolución de este emprendimiento y del camino que quieren seguir.

Sin embargo, ese día, el 6 de noviembre, todo tembló. Una turba de aproximadamente cien personas, entró violentamente en el inmueble, robando productos, dinero y destruyendo todo a su paso. No era la primera vez.

HISTORIA

Alex Neira proviene de una familia “muy humilde de Punta Arenas”, según cuenta. También reconoce que siempre fue ambicioso, por lo que todos los veranos, durante sus vacaciones, trabajaba. “Ahí conocí a la que sería mi señora, María Luisa Salgado. Ella fue de paseo a Punta Arenas y se quedó trabajando en un supermercado. Yo también cumplía labores ahí, por lo que nos conocimos, pololeamos seis meses, después ella se volvió a Concepción, seguimos seis meses más por carta, hasta que me vine, con diecisiete años recién cumplidos”.

Llegaste a la ciudad en el año 1982, ¿cómo fue ese primer período?
En un comienzo fue muy duro. Estuve tres meses sin trabajo, pasando hambre; de hecho, me levantaba a las dos de la tarde para no tomar desayuno ni almorzar. Finalmente, nos conseguimos dinero con una hermana de mi señora, y nos instalamos con una frutería en Barros Arana con Ongolmo. Me casé a los dieciocho años con permiso notarial. A los pocos meses falleció mi suegro y nos hicimos cargo del local del mismo rubro que él tenía. Recuerdo que me levantaba a las cinco de la madrugada para ir a comprar a la vega, en micro, y trabajaba hasta la una a.m. Dormía un rato en la bodega, entre cartones. Parece cuento para llorar, pero es mi realidad. Yo estaba dispuesto a todo porque estaba enamorado y tenía ganas de crecer.

El año 1983 nació su hijo Marcos y, poco después, su señora quedó embarazada de Katherine, quien lamentablemente nació con dificultades cardíacas y sólo vivió un año y cinco días. “Quedamos en la calle nuevamente, por tratar de salvarla”.

Con gran espíritu y fortaleza, y sus irrefrenables ganas de salir adelante con su familia, pidieron un crédito para comprar el local de San Martín. “Por suerte nos conocían, que éramos jóvenes trabajadores y responsables. Sin embargo, no llevábamos más de ocho meses abiertos cuando se instaló un supermercado de la cadena Multi Market y quebramos”.

¿Y cómo lo superaron?
Como siempre voy en contra de la corriente, arrendamos otro local, en Maipú con Ainavillo, para tratar de salir de las deudas. Ahí fue a trabajar María Luisa y empezamos con los licores. En ese tiempo no había restricción de horario para la venta y creamos algo que cambiaría nuestra historia. Nos dimos cuenta de que los clientes casi siempre llevaban lo mismo: la bebida, el destilado y el hielo, e inventamos las promociones, más conocidas por los jóvenes como las “promo”.

¿Qué significó esto para ustedes?
Nos fue muy bien. Pensábamos salir de las deudas en cinco años, y lo logramos en dos y medio. Así adquirimos la propiedad de Los Carrera y también un sitio en San Pedro de la Paz. El 2009, en septiembre, inauguramos el primero y el segundo estuvo listo un día antes del terremoto.

Durante el 27F también sufrieron mucho como emprendimiento, ¿cómo fue esa experiencia?
Veníamos con muchas deudas por la construcción de los dos locales. Estructuralmente, a causa del terremoto, no tuvimos mayores daños, pero después vino lo impensado: los saqueos y el robo de toda la mercadería. Por suerte, los bancos y proveedores confían en mí porque de todas estas deudas y quiebras, siempre he respondido, entonces nos dieron unos meses de gracia. Pero lo que pasó fue que la gente, después de uno o dos meses, comenzó a valorar más la vida, a disfrutarla, y nos empezó a ir muy bien.

¿O sea que se recuperaron rápido de esas pérdidas?
No. Lamentablemente a mí se me subieron los humos a la cabeza. Les compré autos de lujo a mis hijos y gasté lo que no tenía. Hasta creé una importadora en Miami, con la que perdí dinero. Compré unas propiedades en Lonco, porque quería hacer un strip center allá, que tampoco funcionó.

LEVANTARSE DE NUEVO

Todavía no había terminado de salir de esas deudas cuando llegó el estallido social. “Estoy de acuerdo con lo que están pidiendo: mejorar las pensiones, el fin de las AFP, bajar el precio de los medicamentos, pero estoy en contra de los saqueos, de destruir nuestra ciudad, los semáforos, las señaléticas. Porque, ¿quién va a pagar todo eso? La gente más humilde. Para reconstruir las ciudades van a subir los impuestos, y las personas van a tener que asumir ese costo”.

Alex Neira es socio y parte del directorio de la Asociación de Emprendedores de Chile, ASECH, y cuenta que gracias a eso ha conocido casos de muchas personas a las que les destruyeron sus locales. “Estuve en una reunión con el gremio y la gente está aburrida porque quiere tranquilidad para trabajar. Yo afortunadamente cuento con apoyo y respaldo para levantarme, pero no todos tenemos la misma suerte”.

¿Cómo los ha afectado este momento?
Nos habíamos preocupado de tener un local bonito, vidriado, y ahora estamos encerrados detrás de pallets, como si fuera un búnker. En el restorán, por ejemplo, al mediodía vendemos un poco menos que antes, pero en la tarde nada. Trabajamos con dos turnos y, lamentablemente, tengo que despedir gente. No puedo dormir y he bajado diez kilos estas cuatro semanas. Mi miedo es que las personas que entran a saquear se acostumbren a hacerlo, a llevarse lo que quieran. Quienes saquearon aquí sabían a lo que venían, ya lo habían estudiado, porque se fueron directamente a los licores más caros y a las cajas registradoras, por eso las pérdidas fueron tan grandes; entre treinta y cinco a cuarenta millones.

¿Qué consejos podrías ofrecer a otros emprendedores que están viviendo situaciones similares?
Mi consejo es que en estos momentos difíciles hay que ver lo que uno tiene, cuidarlo y pensar muy bien los próximos pasos. Hay muchos locatarios pequeños a quienes les sugiero aprovechar la oportunidad para analizar si su negocio de verdad era rentable, porque muchas veces como emprendedores nos ocurre que más gana el ayudante que uno. Si vale la pena, podrá salir adelante. Ya se están gestando algunos apoyos con la ASECH y organismos públicos, pero hay que hacer ese análisis antes.

Si pudieras pedirle algo a los lectores que quieran aportar o ayudar a levantar el comercio de la ciudad, ¿qué sería?
Yo sé que cuando está la posibilidad siempre buscamos lo más barato, algunos importan desde China, o buscan las multitiendas que tienen recursos para conseguir buenos precios y rentabilizar muy bien. En cambio, las pymes necesitan que crean en ellos. Esa es la forma de ayudar. Evalúen los costos y si no es mucho más, prefiérannos. Encontrarán no solo buena calidad, sino también un trato más cercano.

¿Alguna reflexión final?
Esto va a pasar. No hay mal que dure cien años. Y además, estoy convencido de que mi país se va a mejorar después de esto. Que habrá más igualdad. La gente piensa que somos millonarios, pero casi todo lo que tengo se lo debo al banco. Tuve otras posibilidades, pero nunca he tomado vacaciones, por ejemplo. No soy profesional y los conocimientos que tengo son a puro porrazo. Me han hecho cinco bypass y me diagnosticaron diabetes, pero soy un agradecido. Tengo buenos hijos, profesionales, he logrado lo que me propuse, y si mi experiencia le sirve a alguien, bienvenido sea. Y como último consejo siempre pongo de ejemplo al fundador de Kentucky Fried Chicken, que partió con su empresa y triunfó después de los sesenta y cinco años. Nunca es tarde.