Lizet Tapia Martin: Sanar con caballos

directora de Fundación Equinoterapia de Antofagasta

Su propia experiencia la llevó a buscar alternativas terapéuticas que permitieran ampliar el abanico de posibilidades para niños, niñas y jóvenes con distintos tipos de discapacidades. Desde su perspectiva, la única forma de lograr una sociedad inclusiva es derribar nuestra propia ignorancia, miedos y prejuicios.

Por Catalina Aparicio / Fotografías Rodrigo Herrera

“Mi hijo Valentino nació con varios problemas de salud y, además, fue diagnosticado con TEA (trastorno del espectro autista), razones de sobra para buscar distintas terapias que nos apoyaran en su proceso de desarrollo. Fue en ese camino que encontré la hipoterapia”, nos cuenta Lizet Tapia, la creadora de Fundación de Equinoterapia, la primera en trabajar la rehabilitación sobre caballos en Antofagasta.

Casada, madre de tres hijos y educadora, llegó a la ciudad el 2015 y al no encontrar opciones para su hijo mayor decidió ir más allá y gestionar una equinoterapia de calidad, no solo para niños y niñas, sino para personas jóvenes, adultos y adultos mayores que tengan algún tipo de discapacidad.

¿Cómo nace la fundación?
Es una historia larga, pero bonita. Llegué a Antofagasta con mi esposo, el 2015, por temas laborales. Ya teníamos a Valentino y en Santiago llevábamos un tiempo con terapias tradicionales y complementarias como la hipoterapia. Cuando nos vinimos a esta ciudad pensé que encontraría las mismas opciones, pero no fue así. Por ello, comencé este camino. Viajé y me certifiqué en Equinoterapia. Conseguí profesionales de salud que creyeran en el proyecto y yo misma fui a buscar lugares donde pudiese tener caballos, analicé costos y me contacté con otros padres. Fue y sigue siendo complejo, porque el autofinanciamiento siempre es difícil y los que tenemos hijos con condiciones de salud especiales tenemos costos muy altos, por las terapias, los tratamientos, los medicamentos y otros.

¿Pensaste alguna vez en no continuar haciendo esta fundación?
Quizás un par de veces me cansé, pero nunca pensé en desistir. No era justo mantener esta terapia solo para mi hijo. La idea siempre fue ofrecer una nueva alternativa terapéutica para la ciudad y para todos quienes la necesitaran.

¿Tienes apoyo de algunas empresas o del Estado?
Actualmente estamos trabajando con algunas empresas como SQM y Minera Escondida. Hace poco nos ganamos unos fondos a través de la Fundación Trascender. El proyecto se llama y que se llama “Galopando por un sueño” y nos permitirá tener una sala multisensorial con todas las condiciones para realizar de mejor forma nuestro trabajo. También recibimos apoyo de Carabineros de Chile, quienes nos facilitan el espacio físico para mantener a nuestros caballos y con apoyo de profesionales de distintas áreas. También está el aporte que realizan los padres de cada uno de los pacientes en la fundación, pero es necesario explicar que no siempre es fácil para las familias, incluso para nosotros mismos como familia es difícil poder mantener esta fundación. Hemos ganado algunos proyectos y suscrito alianzas, pero aún falta mucho para autosustentarnos.

¿Cómo funciona la Fundación?
A nivel de profesionales trabajamos con distintas áreas. Tenemos kinesiología, sicología,  fonoaudiología, trabajo social, educadoras, veterinario y también voluntarios. Afortunadamente, gracias a las gestiones realizadas y a los proyectos adjudicados, hoy todo nuestro personal está certificado en Terapias Asistidas con Animales, mención equinos, y de eso me siento muy orgullosa. La mantención de un caballo, el pago de sueldos, los gastos en traslados, comidas, infraestructura, hasta los bloqueadores solares, el agua, son altos. Vivimos en una región donde el sol es muy fuerte y las fuentes de agua son pocas, y trabajamos con animales que necesitan ser alimentados y cuidados en dichas especiales condiciones climáticas. Por ejemplo, un fardo de alfalfa no cuesta lo mismo que en Santiago; acá es más caro y si a eso le sumas la escasez hídrica que está viviendo el sur del país, este costo ha aumentado muchísimo en último tiempo.

Y en lo personal, ¿cómo asumiste este desafío?
Además de ser educadora, me capacité en Estados Unidos, Argentina, Uruguay y Chile sobre inclusión y también ofrezco charlas gratuitas en diferentes lugares para dar a conocer nuestro trabajo y cómo es vivir con personas con discapacidades. Como madre me he visto afectada muchas veces por el sistema de salud del país. Es súper violento vivir el poco apoyo de parte de las isapres cuando existen enfermedades o condiciones de discapacidad. Por ejemplo, existe el apoyo en “hospitalización domiciliaria”, pero hay que cumplir requisitos específicos, informes médicos y muchas veces mediación con abogados. De no tener estas opciones un servicio así se debe contratar de forma particular, los terapeutas que deben ir a la casa y todo un mundo de obstáculos que, permanentemente, debemos superar los padres que vivimos con hijos con algún tipo de discapacidad.

¿Cómo ha sido tu experiencia y la de Valentino con el sistema de educación en Antofagasta?
Fue difícil. Recorrí todos los establecimientos de la ciudad y la mayoría de las puertas se cerraban. Como mujer católica también me sorprendió que muchas veces te digan abiertamente que no se sienten en condiciones de recibirlos y eso es bastante triste. Creo que nos falta mucho como país en ese sentido. Por suerte, llegamos al Colegio Internacional de Antofagasta, institución que, desde el principio, nos acogió y que ha hecho sentir a Valentino como en casa. Él asiste todos los días con una profesional que lo acompaña, pues su condición de salud obliga a ello. Tiene un grupo de amigas y amigos que lo incluyen en todas las actividades. Dentro de sus mejores amigas están Javiera y Muriel, con quienes siempre juega y son súper cómplices. Se trata de niños y niñas que son el reflejo de sus padres y de la educación que les entrega el colegio. Me he encontrado con una gran calidad humana en este lugar y eso hace que hoy no me quiera mover de esta ciudad.

¿Si hubieses visualizado lo difícil que fue comenzar en la ciudad con la equinoterapia y todo lo que conlleva tener un hijo con autismo, elegirías nuevamente Antofagasta?
Es difícil la pregunta, quizás no, pero actualmente, después de casi cinco años en esta ciudad, no me quiero ir. Acá nacieron mis dos hijas y el colegio donde asiste Valentino es un siete. Como mujer, madre y profesional me siento muy orgullosa de todo lo que he logrado con la fundación y, humildemente, creo que soy un aporte para la región y quiero continuar en esa línea.

CONOCIENDO LAS TERAPIAS

Hoy la Fundación apoya a ciento cuarenta familias, y algunas vienen desde Calama, Taltal, Mejillones y Tocopilla. Esa responsabilidad moviliza a Lizet, quien siempre está gestionando recursos para cumplir los objetivos comunes. “Soy súper busquilla, siempre me estoy moviendo y viendo cómo lograr que esto siga creciendo”.

¿Qué es la equinoterapia?
Es una intervención bio-psico-social que trabaja a través de profesionales de salud o educación con un caballo como coterapeuta, con el fin de favorecer el desarrollo global del usuario. Los beneficios surgen de la interacción propia con el animal, a través de un trabajo sistemático y metodológico, con metas y objetivos, creados entre varios profesionales y el aporte de la familia. Por eso no es un simple paseo a caballo, pues el patrón tridimensional de la marcha equina ayuda a mejorar la postura y fortalecer los músculos. No todos los caballos, ni todos los terapeutas sirven para todos los pacientes. Buscamos beneficios motores, cognitivos, sociales, conductuales, ocupacionales, sensoriales, entre muchos otros.

¿Cuáles son tus desafíos en el corto y mediano plazo?
Continuar con este trabajo, que en realidad es como un estilo de vida. Hago un llamado a las universidades, a los profesionales, al sistema de salud, a las personas voluntarias, ¡a todo el mundo!, para que se informen sobre el autismo, sobre la discapacidad, para saber cómo es pertenecer a una familia con una persona que tiene ciertas limitaciones. Tengo muchas ideas y planes para el futuro y uno de ellos es incorporar una granja y que las personas que la trabajen sean los mismos pacientes y personas con discapacidad. Sé que en Estados Unidos, Uruguay y España existen proyectos así. El cultivo de hortalizas, herrar caballos, confeccionar monturas, recolectar los huevos de las gallinas, son trabajos muy compatibles con personas en situación de discapacidad, física, social y cognitiva. Son trabajos cortos, específicos y repetitivos, posibles para personas con síndrome de Down, trastornos del espectro autista, parálisis cerebral, problemas motores y múltiples síndromes. Entonces, ¿por qué no implementar eso acá también?