Norma Bernales: La poeta del puerto

Hace algunos años, motivada por la gente del Barrio Puerto y el padre Gonzalo Bravo de la iglesia La Matriz, escribió Rostros con rastro, un libro de poemas inspirado en la gente de la calle que va al Comedor 421. Una mujer con un pasado difícil, pero con una resiliencia y alegría de vivir impresionantes, que trabaja por y para los más desprotegidos de la sociedad. Esta es su historia.

Por Macarena Ríos R./ Fotografías Andrea Barceló A.

Es jueves por la mañana y el frío porteño cala los huesos. La puerta del Comedor 421, a un costado de la iglesia La Matriz, en Valparaíso, está abierta. Poco a poco, va entrando gente a tomar desayuno. Algunos arrastrando los pies, con la vida a cuestas. Otros, flanqueando el umbral por primera vez. Todos son bienvenidos. Normita, “la de la sonrisa bonita”, como le dicen, está feliz, más que de costumbre. Acaba de comprar cuatro bandejas de huevos con los diez mil pesos que le regalaron y preparó huevos revueltos con cebolla. “Acá en el Comedor vienen a buscar la tibieza del café, de alguien que los llame por su nombre, no por su apodo, que les pregunten cómo están. Y es bonito porque te das cuenta de que la gente, más que con frío, viene con tristeza, con desilusión, con sufrimiento, en soledad”.

Norma va a cumplir veintiocho años como voluntaria del Comedor, uno de los servicios de ayuda más antiguos y reconocidos del puerto, pero que extrañamente no cuenta con subvención estatal, sino que funciona a través de donaciones.

¿Qué te mueve?
Cambiar la desesperanza por esperanza, que sientan que no están solos. Que en algún momento ellos puedan encontrar esa sonrisa que perdieron alguna vez, las ganas de vivir, porque a veces andan como zombies. No todos quieren estar en la calle. Hay gente que quiere cambiar pero no puede, porque no hay redes, no hay familia que apoye. La gente que está en la calle no es ignorante, te encuentras con profesores, gente educada, que habla idiomas. No sé bien qué es lo que provoca que la gente caiga en la droga o en el alcoholismo al punto de perder a su familia y que no se pueda levantar. Acaso la pena o una desilusión muy grande.

¿Cuál ha sido la historia que más te ha llamado la atención?
Tengo varias, pero hay una que me dejó marcada para siempre. Una vez comenzó a venir una ancianita y como hacía frío yo la entraba, le cortaba las uñas, la peinaba, a veces le sacaba los piojos. Y me empecé a hacer amiga de ella. Siempre andaba con un abrigo largo negro. Bonito el abrigo. Lo único que pedía era café y conversar. Se llamaba Raquel y cuando venía, me esperaba. Después de venir dos meses, un día desapareció. Nunca más la volví a ver. Pasaron tres meses, cuatro meses, tal vez seis, la verdad es que nunca conté el tiempo. Y me recriminaba por qué nunca le había preguntado dónde vivía. Cuando haces servicio tú solo acoges, no le preguntas a la gente de dónde viene. Un día se estacionó una camioneta. “La media camioneta, tía”, me decían los chiquillos. Estaba bonito, había sol, de eso sí me acuerdo. Y se bajó un caballero que traía una donación de ropa que venía en cajas plataneras, de esas antiguas. Pasó el tiempo y nunca las revisé, hasta que se mojaron con una lluvia. Cuando abrí una caja y me puse a trajinar, apareció el abrigo largo negro. Ahí empecé a hacer memoria, a recordar que el caballero había dicho que la ropa era de su madre que había muerto. Se bajaron rapidito, como con asco, dejaron las cajas y se fueron. Ahí entendí. Raquel tenía hijos y ellos siempre se habían avergonzado de ella.  Abracé el abrigo, hasta tenía su olor. En la caja había otro abrigo que ella usaba menos, porque le quedaba ancho. Cuando lo tomé lo sentí pesado. La lluvia, pensé, y lo puse a secar. Después de un par de días, el abrigo seguía pesado y al sacudirlo, escuché que algo sonaba. Adentro del forro había una esclava de oro, pesaba treinta y dos gramos, porque la llevé al joyero. Junto a la esclava habían más joyas: unas gargantillas de perlas cultivadas, una cadena gruesa y pulseras. Ella sabía.

¿Qué sabía?
Ella sabía que las iba a encontrar, porque cuando nos tomábamos un café, cuando le cortaba las uñas, cuando la peinaba, siempre me llevaban ropa que venían a donar y yo la trajinaba entera delante de ella. “¿Cómo sabís si no hay unos dólares aquí adentro?”, le preguntaba, mientras toqueteaba la ropa. Entonces estoy segura de que ella, en algún momento, le tiene que haber dicho a los hijos: “lleven la ropa al Ropero de La Matriz”. Porque quería que yo las tuviera, como un tesoro escondido. Quizá durante cuánto tiempo los hijos buscaron esas joyas y nos las encontraron. Nunca supieron.

¿Y qué hiciste con las joyas?
Yo tenía un amigo que estaba muriéndose de sida y lo cuidaba, pero no tenía plata, porque siempre he sido medio pobretona. Lo primero que vendí fue la esclava y le compré un tubo de gas, leche, pan y lo que le hiciera falta. Al tiempo falleció. Tenía treinta años.

LA POETA DE LOS POBRES

Norma Bernales Jerez, cincuenta y cuatro años, tres hijos, dos nietos, vive en el Cerro Playa Ancha, el mismo que la vio crecer junto a sus doce hermanos, “con hartas carencias, pero todos achoclonados, jugando, peleando. Mi papá era obrero y a mi mamá le costaba parar la olla, por eso yo me prometí ayudar cuando fuera más grande, pero no con dinero, sino que escuchando al otro, compartiendo con el otro”.

Sus rulos rebeldes caen, desordenados, por su cara alegre. “Trato de sonreír siempre. Ya me conocen, me dicen “la Normita, la de la sonrisa bonita”. “¡Wena tía!”, me gritan, o me dicen “la poeta de los pobres”, entonces eso te anima a vivir”.

Norma reparte sus días entre el Comedor, el Ropero —donde recibe donaciones de ropa de abrigo—, y la iglesia de La Matriz. “Yo no paso metida en la iglesia, no vengo a misa, porque mi teoría es esta: Dios dijo que ayudáramos y eso es lo que hago y lo que me hace bien. Ese es mi don. Lavo, peino, corto uñas, no tengo asco, le tengo más asco a la hipocresía, a la envidia”.

Todos los días, limpia y ordena la iglesia. También prepara la misa, que no falte nada. “Un día comenzó a venir un caballero a almorzar al Comedor. Se llamaba Francisco Javier, un estilista profesional, cuyo alcoholismo lo había dejado en la indigencia. Él tenía un lema: “amor y paz”, pero cada vez que pasaba por la iglesia apagaba las velas que tenía prendida la Virgen del Carmen. La gente se molestaba mucho y yo también. Hasta que un día le dije que por qué cresta le apagaba las velas a la Virgen. “¿Sabes por qué apago las velas?”, me dijo, “porque ella no necesita luz, ella brilla con luz propia”. Ahora, cuando enciendo las velas al Cristo, no me importa si la virgencita las tiene prendidas, porque me acuerdo de él y lo que dijo.

Si te encontraras con la lámpara de Aladino, ¿qué pedirías?
Sacaría el sufrimiento del ser humano. De las niñas de la calle, que no son malas, que son todas hijas del ambiente, que las han abandonado. Han sufrido mucho, mucho más que yo. No me gusta que la gente sufra, porque cuando la gente sufre lo siento aquí adentro.

Norma se toca el corazón. Una lágrima cae.

“Porque yo sufrí, me sentí sola muchas veces y estuve en el SENAME también. Fue horrible estar ahí. Tenía unos catorce años. Fue horrible. Eso que te dicen de los golpes es verdad. Te ponen contra la pared por horas, con la cara pegada a la pared. Castigada contra la pared. Entonces cuando las chiquillas de la calle te cuentan sus historias, todas han estado en el SENAME. Todas. Yo sé que es real”.

NORMITA, LA DE LA SONRISA BONITA

A la Norma le gusta escribir poesía, que su casa huela a flores y disfrutar de las cosas simples, “porque siempre he pensado que la simpleza es grandeza. Me encantan las puestas de sol, los arcoíris, el viento, el sol, el mar, la sonrisa de un niño”. Y también le gusta hablar, contar su historia. “A veces me han pedido ir a dar charlas a colegios, mostrar mi experiencia de vida para que otros crezcan”.

¿Qué les dices a los alumnos en tus charlas?

Que miren a sus compañeros, que miren a sus abuelos, que se acerquen a darles un beso. Ellos también tienen una historia que contarles. Y que perdonen, uno no se puede morir así con esa caries que nos va retorciendo la vida y que nos va poniendo duros.

¿Qué ha sido lo más ingrato?
La indiferencia de la gente, el individualismo en el que viven, que les impide mirar a los ojos. No hay empatía y eso me duele. Me duele el poco compromiso que existe con los pobres, con los “elegidos de Dios”.

¿Historias de resiliencia?
La Paula me ayuda acá a veces. Su mamá se suicidó y la dejó sola. Ella tenía dos años y fue a parar al SENAME. Anduvo de hogar en hogar. Estuvo en la cárcel. Nos tomamos una casa allá arriba que estaba abandonada hacía tiempo. “Te vai a meter en un lío”, me dijo el padre. “No me importa, padre”, le dije, “hay que ayudar, si no es de nadie”. Nos conseguimos una camioneta y una cocina y nos instalamos. Se llovía entera la casa. “Padre”, le dije, “usted que tiene amigos de lucas, ayúdeme, quiero un techo para la Paula”. Él se consiguió todo y le pusimos un techo. Hace poco apareció el dueño, un viejito que le cobra veinte lucas mensuales y la dejó quedarse. Qué bueno porque así ganamos tiempo para postularla a un subsidio. La Paula tiene treinta y ocho años y ya es abuela. Es buena la Paula. Fue ladrona internacional, fue prostituta, pero logró salir de ahí.

¿La alegría más grande?
Ser madre. Tener a mis tres hijos: la Susan Lorena (33), Patricio Ignacio (28) y la Belén Antonia (15).

¿Cuál ha sido tu mayor aventura?
Una aventura tremenda fue ir a ver a mi hermana, la “Rulito”, a Canadá. Me costó mucho sí, porque nunca había viajado en mi vida. Subirme a un avión fue la cosa más extraña que me podría haber pasado, pero se movía menos que un auto, así que estaba súper feliz y pude dormir. Fue hermoso verla después de tantos años.

 

¿CÓMO AYUDAR?
Parroquia: 32 2214876
parroquialamatriz@hotmail.com

 

“La gente anda muy triste, si no tiene un celular en la mano, no mira a los ojos. Te subes a la micro, y de veinte asientos ocupados, dieciocho están mirando su celular Yo elegí mirar a los ojos”.

“Yo no paso metida en la iglesia, no vengo a misa, porque mi teoría es esta: Dios dijo que ayudáramos y eso es lo que hago y lo que me hace bien. Ese es mi don. Lavo, peino, corto uñas, no tengo asco, le tengo más asco a la hipocresía, a la envidia”.