Valparaíso, ¿patrimonio y/o desarrollo?

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Hacia 1990, la realidad de Valparaíso era muy diferente a la que vive en la actualidad. Pese a la profunda crisis de la década de 1980, que había golpeado fuertemente la vida económica y prácticamente había sepultado la otrora fuerza industrial, aún conservaba algo de dinamismo en sectores específicos, como por ejemplo, en la industria naviera y marítima portuaria en general.

Por el contrario, nada hacía presagiar que la palabra “Patrimonio” tomaría un lugar protagónico en la vida porteña, puesto que en los mismos años se continuaba demoliendo bellos y emblemáticos edificios que, de habérseles mantenido en pie, serían hoy un activo invaluable de la ciudad.

Así, se convivía en una urbe con signos de decadencia, pero con una identidad marítima y comercial que seguía marcando el rumbo de un buen porcentaje de la sociedad, dentro y fuera de los límites comunales.

Pasaron los años y se comenzaron a gestar las primeras señales de defensa del patrimonio, simbolizadas en el verdadero salvataje que se hizo del edificio mal llamado “Luis Cousiño”, hoy propiedad del DUOC, y en la propuesta de declarar el casco histórico de Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad, objetivo logrado en el año 2003.

La segunda mitad de la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI fue un tiempo de gran ilusión. La conciencia patrimonial comenzó a ganar la batalla y hermosos espacios como los cerros Concepción, Alegre, el Museo a Cielo Abierto en el cerro Bellavista, o el entorno de la Sebastiana ganaron un brillo que nunca habían tenido, por lo que miles de visitantes se volcaron a “redescubrir” Valparaíso en una dimensión antes inédita: la de verlo con ojos turísticos. Así, se multiplicaron los hoteles boutique, restaurantes de alta gama y emprendimientos vinculados a este nuevo desafío de la ciudad.

Sin embargo, paralelamente a ello, la economía de la ciudad siguió decayendo, y por ejemplo, las últimas multinacionales que tenían sede corporativa en la ciudad se fueron a la capital. Pero esta vez el golpe sería mayor porque lentamente fueron las navieras las que emigraron. Primero las extranjeras y luego las nacionales. Casi todas comenzaron el éxodo a Santiago, ciclo que hace pocos años se agravó con la Sudamericana de Vapores, que habiendo estado en Valparaíso desde 1872, decidió concentrar toda su actividad en Las Condes. Y con las navieras también partieron las agencias, entre ellas SAAM que tenía su corporativo en el puerto y que ya, definitivamente, ha dejado la ciudad que la vio nacer.

En suma, una ciudad que conservaba hasta hace dos décadas el núcleo marítimo nacional, y no tenía conciencia patrimonial, de pronto se encuentra en el presente con un puerto en crisis, con escasa vida empresarial marítima y, al mismo tiempo, con un enorme potencial en la industria turística patrimonial.

Pero hay un problema: las ciudades patrimoniales necesitan vida económica paralela. Sólo funcionan si están en aquellos lugares donde el turismo no es estacional y se desarrolla durante todo el año, pero no es el caso de Valparaíso. Esta ciudad-puerto necesita vida empresarial, así fue en el pasado y, en el futuro, pese a todo el potencial patrimonial, no podrá sobrevivir sin ella. Ojalá que las autoridades comunales lo tuviesen medianamente claro, pero parece que el desconocimiento de la historia marítima portuaria se ha generalizado a tal punto, que ya no se visualiza el problema. ¿Y San Antonio? Un gran puerto con mucha actividad, pero que, sin querer, ratificó a Santiago como la nueva capital marítima de Chile.