Pancho Sazo, vocalista de Congreso y filósofo: “A Chile le hace falta cariño”

Pancho Sazo, vocalista de Congreso y filósofo

El grupo Congreso cumple cincuenta años dedicado a fusionar el rock con el folclore, el jazz y otros ritmos. Su disco La canción que te debía (2018),  ganador de los recientes Premios Pulsar como Mejor Álbum del Año, demuestra que la agrupación nacida en Quilpué está en plena forma. Sazo, uno de sus fundadores emblemáticos, repasa su pasado rockero; subraya la importancia de la filosofía, que imparte en la UV, y opina sobre el Chile actual.  

Por Francia Fernández P.  / Fotografías Teresa Lamas G.

“La música fue mi pasión secreta desde niño”, dice Francisco Sazo (66), el inconfundible vocalista del grupo Congreso, que, en 2019, cumple cincuenta años de existencia. Un hito que han alcanzado solo bandas como los Rolling Stones, Inti-Illimani o Los Jaivas, y que encuentra a la agrupación nacida en Quilpué, en pleno dinamismo.

Vienen de recibir los Premios Pulsar 2018 a Mejor Álbum del Año por La canción que te debía, su disco más reciente, que presenta un recorrido por ritmos carnavaleros, folclóricos, jazzeros, sinfónicos, tangueros, así como por la balada y el rock. Y con letras que abarcan desde la ternura (La canción que te debía), pasando por la codicia (Rey Midas) o la concordia (Canción por la paz), hasta el fútbol (Tiro de esquina) y los homenajes (A las yeguas del Apocalipsis).

Provisto de su barba y boina distintivas, Sazo se acomoda en la biblioteca de Humanidades de la Universidad de Valparaíso, facultad donde da clases de filosofía, desde hace veintiún años. “Hacer clases te templa, te hace mejor, porque estás en contacto con las disciplinas que enseñas y con las personas”, señala este doctor en Filosofía por la Universidad de París VII, que es marido de una secretaria que estudió pedagogía en alemán, padre de dos hijos –un actor y una geógrafa—, y abuelo de una niña de cuatro años.

Su madre, una dueña de casa, les traspasó a él y sus seis hermanos menores, el gusto musical: amaba la ópera y vivía con la radio encendida. Su papá, un empleado particular, en cambio, solo cantaba en la ducha. Otra figura que marcó la infancia de Pancho fue su abuelo materno, Arnaldo Barison, el arquitecto italiano reconocido por edificios como la Biblioteca Severín y el Palacio Baburizza. “Era un tipo al que no le interesaba el dinero sino la obra”, afirma.

¿Y a ti?
El pensamiento, la expresión, el arte. Ahora, creo que todas las personas son interesantes, lo que pasa es que pocos salen al foco desde la penumbra.

 ¿Eres un músico-filósofo o un filósofo-músico?
Soy un profesor de filosofía que tiene doble militancia, por decirlo así. Veo la música como algo mucho más feliz: uno recoge de inmediato, por ejemplo, el contacto con la gente. La filosofía es una labor lenta, secreta, pedagógica; es más solitaria, no persigue el aplauso.

 ¿Y dónde se juntan?
En la idea de trabajar la propia existencia. Yo no creo en un hombre unidimensional. Si uno posee talentos tiene que realizarlos, no seguir un solo carril.

En ese sentido, ¿qué permite la filosofía?
La filosofía te da muchas miradas sobre tu relación con los demás, con el mundo y con verdades difíciles, que van a lo más profundo del discurso humano sobre el mundo, sobre la ciencia, sobre las artes.

 La serie española Merli, sobre un profesor que impulsa a sus alumnos a interrogarlo todo, tuvo éxito en Chile, mientras se hablaba de quitar filosofía de las mallas escolares…
Son miradas medio tecnócratas. Es gente que ve la filosofía como algo suntuario, gente que tuvo ese aprendizaje y que, por una regla economicista muy miope, quiere evitar que otros tengan una formación más integral. Y aquí entran el arte y otras disciplinas humanistas. Es tonto, porque uno siempre se va a topar con temas que tienen que ver con la instalación humana: qué pasa con tu país, con tu cultura. Todos tenemos derecho a descubrir y a interpretar conocimientos, como la relación de uno con su lengua o la relación con el género, que está tan de moda.

O sea, que la discusión sobre “para qué sirve la filosofía” es grosera.
Claro, es como decir para qué sirve la música. Ahora, probablemente esa “no utilidad” de la filosofía es la que la hace sumamente atractiva y seria. Basta con pensar, por ejemplo, en la idea de la búsqueda de la verdad o el sentido de la vida.

 FRANKIE Y LOS SICODÉLICOS

Antes de fundar Congreso con los hermanos Sergio, Patricio y Fernando González –que venían de Los Masters, un cuarteto que versionaba a The Shadows— Francisco era conocido como Frankie Sazo, uno de los integrantes de Los Sicodélicos. La banda hacía covers de los Beatles y los Roling Stones, y aparecía en un programa diario que se llamaba Go-in.Go, al estilo de los Monkeys, en Estados Unidos. “Nos creíamos los Beatles. Éramos atorrantes. Yo tenía quince años y tocaba el bajo, pero era un chiste. Siempre he tenido la suerte de rodearme de gente que toca y hace las cosas mejor que yo”, dice con modestia sincera, aunque sus letras están en el corazón de lo que es Congreso, al igual que el trabajo del compositor Sergio Tilo González.

 ¿Y qué tenían de sicodélicos?
Nada. No experimentábamos con drogas. Éramos muy chicos y, además, de Quilpué. Sintonizábamos más con el flower power, la moda, los colores, que con los sicotrópicos.

 Congreso cumple cincuenta este año. ¿Cuál ha sido el secreto para permanecer juntos tanto tiempo?
El cariño. Esto es casi como un matrimonio: hay que soportarse y someterse a la idea colectiva. Lo que importa es el producto final, no el ego de esto lo hice yo. A veces hay disputas, pero lo pasamos bien. La gracia es no tomarse nunca en serio. La humildad… Con Congreso vivimos una especie de presente eterno.

 Y ahora están en un momento de la celebración…
Sí, vamos a celebrar con cincuenta recitales e invitados sorpresa. Acá, en Valparaíso, vamos a presentarnos en el Rockódromo (que se realiza desde el 31 de enero hasta el 3 de febrero).

 El nuevo disco, La canción que te debía, ¿qué representa para Congreso?
Yo creo que representa una etapa muy madura, con varios estilos y formas musicales, y varios tipos de letras. Les cantamos a quienes siempre les hemos cantado: el viejo chico, la vieja chica, los niños; a la gente que no sale en la foto, que es parecida a nosotros. (Lo dice porque si bien Congreso es uno de los conjuntos chilenos más respetados, no ha gozado de una popularidad abrumadora).

 ¿Y por qué decidieron hacer una canción-tributo a las Yeguas del Apocalipsis?
Se la debíamos a Pedro Lemebel y Francisco Casas. Las Yeguas fueron muy señeras en la lucha contra la dictadura. Se adelantaron artísticamente, con sus performances, a manifestaciones que vinieron después. Ellos tuvieron la valentía de hacerlo en un momento muy difícil para nuestro país.

¿Qué ha sido lo más difícil para ustedes en estos cincuenta años?
El dolor de ver cómo estaba nuestro pueblo en dictadura, la autocensura que uno se imponía… Tuvimos amenazas de bombas; llegaban sapos a los recitales: te grababan, te intimidaban. Pero fue mucho menos tormentoso que lo que vivió otra gente.

 ¿Y el Chile actual qué te parece? ¿Qué le hace falta?
Cariño… No nos hemos puesto de acuerdo en lo fundamental. ¿Qué es lo fundamental? La erradicación radical de la pobreza y la idea de que podemos vivir de una manera mejor. Somos un país pequeño, pero tenemos problemas: con los pueblos originarios, con la pobreza, con la cesantía, con la desigualdad económica, con la desigualdad entre hombres y mujeres, con el respeto. Tendríamos que mirarnos más, escucharnos más, querernos más. Ahora, para eso se necesita justicia social, libertad y una serie de otras cosas.

 ¿Te preocupa el tema mapuche?
Claro. Primero, yo creo que nosotros no nos reconocemos como mestizos. Segundo, les debemos un acto de reparación histórica a los mapuches, que de ser un pueblo independiente, hasta fines del siglo XIX, han sido sometidos de manera bárbara por el Estado. Los ciudadanos tenemos que hacernos cargo y obligar al gobierno a que tome cartas serias en el asunto: no que trate esto como terrorismo, sino que entre en diálogo.

CASI POETA

 Sazo escucha a Nano Stern, Magdalena Matthey, Mauricio Redolés –“un grande”, dice—. También es un lector ávido de poesía, al igual que Tilo González. Desde sus inicios, Congreso ha incorporado líneas de García Lorca, Pablo Neruda, Nicanor Parra y ahora Octavio Paz –lo citan en la canción Premio de consuelo— en su discografía.

¿Tú escribes poesía también?
No, escribo casi poesía. Los casi poetas somos tipos que nunca podremos hacer poesía por una insuficiencia intelectual, a lo más podemos escribir canciones. Pertenezco a ese movimiento de quienes van a las fuentes, roban versos, frases de la calle, libros, cosas que nadie lee, todo.

¿Y a los alumnos?
No, a los alumnos no les robo nada. Ellos son sagrados.

 

“Con Congreso vivimos una especie de presente eterno. La gracia es no tomarse nunca en serio. La humildad… Es casi como un matrimonio: hay que soportarse y someterse a la idea colectiva. Lo que importa es el producto final, no el ego de esto lo hice yo”.

“La discusión sobre para qué sirve la filosofía es grosera…  es como decir para qué sirve la música. Ahora, probablemente esa ‘no utilidad’ de la filosofía es la que la hace sumamente atractiva y seria”.