Minería, agua y bosques conviviendo en solitario forman una triada capaz de convertirse en novela, cuento o inspiración de una pintura; especialmente si se trata de lugares abandonados donde el hombre parece haber olvidado parte de su historia. Símbolos de bonanza desgastándose bajo el sol, que toman el color de la tierra y el óxido húmedo arrastrado por las lluvias en un intento, quizás, por desaparecer para siempre.

Texto Constanza Fernández C. Fotografías Constanza Fernández C. y Rodrigo Suárez Ch.
conifernandez@gmail.com

Frente a Puerto Guadal, pequeño pueblo ubicado a orillas del lago General Carrera, siguiendo el desvío que nace en la Carretera Austral por la ruta 256, la minería dejó su huella. Letreros, estructuras, fierros y maquinarias que, a pesar de estar en desuso, siguen ocupando el suelo de los bosques creando un paisaje de vida y muerte. Son rastros humanos que inquietan, viejas y roídas piezas de un puzle roto que, alentadas por la imaginación, servirían para reconstruir las escenas que un día le dieron vida a la Escondida, uno de los tantos campamentos mineros que terminó transformándose en desafío ambiental para el país. Con el objetivo de hacerse cargo de ellos nace el “Catastro Nacional de Faenas Mineras Abandonadas y/o Paralizadas”, proyecto impulsado por SERNAGEOMÍN, en cooperación con Japón, que desde el 2008 ha permitido localizar 492 sitios de ese tipo a lo largo de Chile, determinando su ubicación, características y nivel de riesgo.

Así es como se pudo concluir que Escondida fue una mina de cobre y oro que cerró sus faenas en 1995 y, a partir de esa fecha, quedó en los registros como abandonada, al igual que muchas de las construcciones, materiales y herramientas con las que ciento cincuenta obreros entraban y salían de la tierra para extraer minerales.

Agotadas las riquezas, el clima y el paso del tiempo fueron afectando el color y la textura de estos residuos, dándole curiosos aires de misterio a un panorama históricamente protagonizado por la lenga, árbol nativo que después del verano se transforma en un sello para la región. El colorido contraste que comienzan a tomar sus hojas a medida que se acerca el otoño invita a visitar la zona entre abril o mayo, cuando sus verdes hojas se tornan rojizas y la subida hacia la mina ofrece interesantes panorámicas, donde el turquesa, propio del lago General Carrera, contrasta con los ocres y naranjos de los cerros que lo circundan; un paseo sencillo de experimentar caminando. Son cinco kilómetros y el inicio del sendero está indicado justo a la salida de Puerto Guadal (dirección Chile Chico) con un viejo cartel donde, con un poco de esfuerzo, aún se lee: “Escondida”.

Lo primero que desconcierta es la enorme construcción de madera gris y sucia que aparece, sin más, en medio del bosque. Justo al final de la última subida y, arrinconada bajo la ladera de otra suave quebrada, esta especie de cabaña a punto de caer inmediatamente despierta viejas historias de infancia; son las estructuras de la planta de concentrados que aún conserva su techumbre de tejuela y algunas escaleras interiores. Como si la Patagonia le diera la bienvenida a los cuentos de Baldomero Lillo y fuese posible traducir en imágenes esos desoladores relatos, de esfuerzo y carbón, que ocupan las páginas de Sub-terra, primer libro que el escritor publica en 1904, con tal éxito, que sigue siendo lectura obligada en muchas escuelas del país. Historias propias de Chile que se repiten y viajan por la Cordillera de Los Andes, arrastrando las herencias de este quehacer productivo; campamentos congelados en el tiempo, jornadas de trabajo detenidas… bototos y cascos olvidados con el cierre de las faenas en lo que pareciera ser una rápida y esperanzadora huida.

MANTENIENDO LA VIDA

Siguiendo la misma 256, en el kilómetro 23, hacia la derecha, se abre un camino secundario que entra y recorre “El Furioso”, otra antigua ruta minera que le da nombre al sector. Aquí comienza un valle de lengas con interminables vistas, son laderas y laderas de montañas cubiertas por esta especie que solo crece en el sur de Chile.

La zona y sus abruptas quebradas de piedra negra, también coronadas por las lengas, pertenece al Parque Patagonia y, como tal, conserva una rica y variada cantidad de flora y fauna silvestres donde, con un poco de paciencia, es posible avistar huemules, zorros, cóndores, variedades de pájaros, entre otras especies nativas protegidas desde el 2000. Ese año Kris Tompkins armó la Conservación Patagónica, organización que ha creado diversos parques para resguardar la vida y diversidad de los ecosistemas de la región. Así también se han ido habilitando zonas de turismo: senderos, campings, lodges, restaurantes y quinchos que cada año reciben más y nuevos turistas —chilenos y extranjeros— motivados a caminar y descubrir estas vírgenes latitudes.

Entonces El Furioso es una de las últimas novedades del parque, sendero que comenzará en la ruta 256 y terminará en el Valle Chacabuco. Cincuenta y cinco kilómetros de dificultad media (1.140 metros de desnivel) que están siendo habilitados para trekking y bicicleta. La apertura de este antiguo camino minero, convertido en ruta turística, se proyecta para marzo de 2019, justo cuando las temperaturas comienzan a bajar y el otoño vuelve a despertar los colores tierras de lengas; intensos rojos y naranjos conviviendo con la “barba de viejo”, un liquen peludo y desordenado que cuelga de sus ramas y se enreda por sus troncos dándole una atmósfera de magia y sueños a estas remotas tierras del sur del mundo.

 

Escondida fue una mina de cobre y oro que cerró sus faenas en 1995 y, a partir de esa fecha, quedó en los registros como abandonada, al igual que muchas de las construcciones, materiales y herramientas con las que ciento cincuenta obreros entraban y salían de la tierra para extraer minerales.

El colorido contraste que comienzan a tomar sus hojas a medida que se acerca el otoño invita a visitar la zona entre abril o mayo, cuando sus verdes hojas se tornan rojizas y la subida hacia la mina ofrece interesantes panorámicas, donde el turquesa, propio del lago General Carrera, contrasta con los ocres y naranjos de los cerros que lo circundan; un paseo sencillo de experimentar caminando.

La zona y sus abruptas quebradas de piedra negra, también coronadas por las lengas, pertenece al Parque Patagonia y, como tal, conserva una rica y variada cantidad de flora y fauna silvestres donde, con un poco de paciencia, es posible avistar huemules, zorros, cóndores, variedades de pájaros, entre otras especies nativas protegidas desde el 2000.