En el lado suroeste del lago General Carrera, frente a las frías tierras de Campo de Hielo Norte, viven poco más de cuatrocientas personas, en su mayoría adultos y abuelos de tradiciones. En esa pequeña bahía de cielos inquietos, la luz juega creando paisajes únicos e irrepetibles; es el sol moviéndose entre la niebla, la intermitencia de cortos aguaceros o el encuentro de una gota de lluvia con un rayo de sol desplegando todos sus colores en algún rincón del Chelenko, el lago más grande de Chile.

Texto y fotografías Constanza Fernández C.

Visitar el sur de la región de Aysén, en abril y sin auto, es ideal si se quiere experimentar la Patagonia auténtica, acomodándose a los horarios y disponibilidad de los buses locales, esperando paciente la salida del menú del día, caminando entre los pueblos cercanos o agradeciendo el aventón de alguno de los pocos vehículos que transitan durante el año. Porque en la Patagonia “el que se apura pierde el tiempo”, dicen sus habitantes, acostumbrados a vivir con el silencio.

Son pocos los que llegan a Puerto Guadal, trescientos kilómetros al sur de Coyhaique, menos en temporada baja (de abril a octubre), cuando las jornadas transcurren entre el primer fuego que calienta el hogar, el trabajo con la tierra, la cocina, los animales, la lana y el último fuego que se apaga con la luna; una forma de vida que los guadalinos cuidan delicada y amorosamente porque, aunque reconocen los beneficios de recibir turistas, prefieren que lleguen de a poco… “seguir creciendo pero tranquilitos”, como dice el holandés Stefan Veringa, quien sabe que vivir frente al Chelenko, nombre tehuelche del lago General Carrera, es una bendición.

La primera vez que pasé por aquí, en marzo de 1997, estaba lloviendo y los colores del lago eran tan intensos, me impactó ver el hielo detrás, el sol después de la lluvia, la naturaleza me cautivó”, recuerda sentado en el living del Mirador del Guadal, un lodge que fue armando con su familia en sintonía con la comunidad local y, en estos últimos años, con las artesanas.

ARTE CHELENKO

 Ellos (Mirador del Guadal) nos incentivaron a agruparnos, a hacer artesanía juntas y nos traen turistas para que se lleven recuerdos locales; antes no había nada de eso por acá. Es algo bonito para ambos, la primera temporada llegaban grupos de a treinta personas y se llevaban todo, ahora hacemos más cantidades y tenemos para trabajar todo el año”, cuenta Angélica Antiñanco, presidenta de la Agrupación de Artesanas de Guadal o Arte Chelenko, mientras sirve el primer mate.

Son nueve socias activas que además de inventar adornos con piedras y palos del lago, tejer y bordar, pasan las tardes compartiendo mates y galletas, abrigadas con el calor de una vieja cocina a leña. La colorida casa que las reúne, hace ya casi cuatro años, fue pintada entre todas y tiene una panorámica ideal para apreciar el turquesa de las aguas del lago, particularidad que hizo famoso al Chelenko en el mundo. “Muchos turistas se quedan aquí, parados frente al mural, para apreciar el lago”, comenta Angélica después de pasar el mate a una de sus compañeras, y es que a todas les gusta compartir con los extranjeros que, de tanto preguntar por los materiales con que trabajan, las motivaron a fabricar un muestrario de lanas.

Lo primero es esquilar la oveja, entre octubre y noviembre, después se aparta la parte buena de la lana para hilarla y empezar a varillar. Lo último es lavarla y escarmenarla a mano o en cardadoras”, explica la señora Rosa, conocida en la zona por sus mermeladas. Son quince años cultivando y recolectando corintos, grosellas, frambuesas y ruibarbos, todos frutos de primavera. Aunque los más codiciados de la región son la rosa mosqueta, el calafate y el maqui, por sus propiedades desintoxicantes. “Me gusta recoger lo que está en el entorno y transformarlo en algo provechoso; a los turistas les encantan las mermeladas. Cuando salimos con mi marido a buscar calafate estamos todo el día afuera, porque su cosecha es libre y crece a orilla de camino, entonces traemos lo más posible, a diferencia de la frutilla o el ruibarbo que son domésticos y se compran o producen en casa”, comenta Rosa, haciendo una pausa para darle un sorbo al mate y agregar que aunque hacen lo posible por cuidar las tradiciones casi no hay jóvenes que las reciban, “porque el pueblo se está poniendo viejo”, dice la mujer, acariciando un puñado de lana blanca entre sus manos.

Muchos de esos saberes descansan a orillas del lago, en un cementerio que alegremente recuerda la vida replicando los hogares de sus difuntos con pequeñas y pintorescas construcciones atiborradas de flores. Es el silencio quieto observando un pueblo que vive entre la intensidad de sus colores y una brisa que, de tanto en tanto, despliega ciertos grises de nostalgia por un pasado que se aferra a las tierras de sus muertos.

LA TRILOGÍA SUSTENTABLE

 En un pueblo donde los pensionados son mayoría y hay menos de cuarenta niños en la escuela, se aprecian las iniciativas de personas como Cristián Weber. Joven de veintinueve años que nació en Puerto Aysén y, al terminar sus estudios de ingeniería en Santiago, eligió volver a la región para desarrollar su proyecto Alma Verde, un camping sustentable donde trabaja intentando vivir con un impacto neutro y, ojalá positivo, hacia el medioambiente, a través de la recuperación del bosque nativo y la permacultura.

Usamos baños secos o de compostaje para separar lo líquido de lo sólido. Aquí en vez de tirar la cadena tiras una palita de aserrín que va a un tambor donde lo sólido se descompone de forma limpia, en un año se transforma en compost y queda listo para reintegrarse al bosque”, cuenta Cristián, mientras va recogiendo unas zanahorias de su huerto, construido con ayuda de voluntarios, porque aunque pasa la mayor parte del tiempo solo, ha tenido la fortuna de contar con muchas manos para trabajar el campo.

Es entre octubre y noviembre que llegan los primeros turistas, motivados por pasar una temporada en la Patagonia, aprendiendo y desarrollando iniciativas verdes. Porque Cristián, al igual que Stefan, las artesanas de Chelenko y la mayoría de los guadalinos, apuesta por un turismo sustentable que crece a partir del desarrollo de la cultura e identidad local, integrando al medio ambiente y potenciando la calidad de vida de sus habitantes.

Para crecer hay que saber poner límites, asegura Stefan después de ver lo ocurrido, a casi una hora de Guadal, con las Catedrales de Mármol. “Puerto Tranquilo cambió muy rápido, porque las capillas aparecieron en sitios web de viajes como uno de los lugares que hay que ver antes de morir y todo el mundo empezó a llegar a Tranquilo, incluso he conocido personas de China que vienen por un solo día a tomarse una foto con las catedrales”, recuerda Stefan, agregando que antes de ese boom eran solo dos lanchas que hacían el famoso trayecto, la de Lenin en Puerto Tranquilo y la de Pedro en Bahía Mansa, y el último verano se contaron más de cuarenta, casi todas de proveedores externos al pueblo.

 

“Eran tantos turistas que a veces duplicaban el número de residentes, entonces el sistema colapsó”, afirma el holandés que vio el impacto que generó la rapidez de estos cambios en las comunidades cercanas motivando la prevención. Así fue como, en noviembre de 2017, nació el ZOIT Chelenko o Zona de Interés Turístico, iniciativa de gestión público-privada creada para regular el turismo a través de acciones que integren el patrimonio cultural y natural del lugar para resguardar el potencial escénico y las tradiciones de estas tierras del sur del mundo.

*Agradecimientos y datos

El Mirador de Guadal, Lodge y Restaurante
Km 35 Camino a Chile Chico
teléfono (02) 813 7920   y  (02) 196 0204
correo: reservas@elmiradordeguadal.com
 sitio web:  www.elmiradordeguadal.com

Camping Alma Verde
Km 0,2 Camino a Chile Chico, en el camino X-781
celular  9 7799 5627
Facebook: Camping Alma Verde
correo:  weber.mckay@gmail.com

Arte Chelenko
Angélica Antiñanco
correo: artesanias7sur@hotmail.com